Cultura

Entre el ruido y los sueños

Desde el desierto

Una meditación sobre la experiencia de la evocación sonora. Presente, memoria y deseo.

El crujir de espinas de pescado entre las manos. Así, el tiempo reordena los hechos: el sonido agudo de las piedras de río que tus pies agitaban, mientras oleadas silenciosas de sol sobre los ojos entrecerrados te hacían sonreír. El vaivén antiguo de un mar entre mezquites altos, dirigiéndose hacia una presa que estrecha sus aguas. Luego, al anochecer, los llantos multiplicados en el otro extremo de la laguna: un hombre que no regresó del agua. En la oscuridad, velas flotantes sobre su manto y silencio. Tú, a la mañana siguiente, sacarías la carne de pescado de entre las espinas con los dedos y sentirías lo que significa restar una presencia, gracias al poder del agua. Después vino el ruido de vehículos, cajas y algo que no recuerdas bien.

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Fotografía de Paulina Peña Luna
Ondas

El maullido débil de ese pequeñísimo gato que rescataste y desfallecía entre tus brazos. Intentaste alimentarlo. Primero le diste agua gota a gota, mas en seguida vino el error, darle carne recién hervida, que ahogó su respiración mientras sus ojos cristalinos miraban hacia la nada. Se quebró algo —además de su vida— en ti. Un reflector se encendió sobre esa especie de fe para ser analizada. Hay sucesos que nunca estarán a tu alcance.

Pasaron los años y sucedió la transfiguración de cuerpos. El tuyo cambió, de una altura espigada, de una delgadez anémica, fue atraído por las pistas de atletismo, las barras asimétricas y los giros en el aire; atraído por las montañas sin árboles y un águila. Se acercaría velozmente el gusto por otras formas de ejercicio. Se acercarían los viajes entre años torpes, cuerpos desbordantes de alegría, de belleza, de música. Más tarde se hizo evidente la falla que no lograste detectar: personas saturadas de manipulación y codicia. Con esa ceguera, te hiciste pedazos al creer en la buena voluntad, invariablemente. Luego supiste que no te convertirías en sal si volteas a ver la desgracia. Ni tu cuerpo cumpliría con la herencia del yugo. Encontraste en la risa, que surge inesperada como niebla sobre agua o tierra, una niña que se sumerge en las aguas del desierto.

Hoy, entre el ruido de la ciudad, analizas el sonido que se gesta dentro de la espesura blanca del sueño, analizas el sonido del viento que lo atraviesa, es decir, los hechos reales. Ellos te regresan al examen de tu origen, donde la voz de tu madre te condujo bajo el vendaval y los truenos que sitúan a todos en su lugar. Te enseñaste a escuchar lo que te salvaría la vida: lo mínimo. Por eso, buscas la niebla, la buscas, la pretendes, la admiras, la sueñas. Caminas lento en sus adentros y, sobre una piedra que amable tropieza contigo, te sientas y aguardas lo que de ella surgirá: Estallará la isla del recuerdo./ La vida será solo un acto de candor./ Prisión/ para los días sin retorno./ Mañana/ los monstruos del buque destruirán la playa/ sobre el viento del misterio./ Mañana/ la carta desconocida encontrará las manos del alma. Como este poema de Alejandra Pizarnik, titulado “Sueño”.

Entre el ruido, asoma una sucesión de recuerdos: el silbido de un niño afuera de tu casa, el disparo de la carabina reluciente, la bicicleta que atravesó la tarde, y tu nombre una y otra vez tras la reja de la casa de tu infancia, bajo los azahares del naranjo.

Hoy te atrae cada trueno que comparte el anuncio de la humedad. La alegría sonora del agua que corre en la ducha sobre un cuerpo verdadero que no es el tuyo, y que permanece en forma de labios en la palma de tu mano. Te atrae ese rumor sediento si abrazas con tus piernas esas otras piernas verdaderas.

Entre el ruido de las pantallas digitales, diferencias los paraísos diseñados: la mentira de oro y la cobardía bendecida, moviéndose tan vivas como tus recuerdos. Entre eso, y entre el ruido del asfalto, encuentras un delicado crepitar: brincos de peces que aparecen en cada línea de la carretera; sus vértebras pequeñas te harán hablar en sueños sobre viajes inesperados.

Hoy, entre el ruido de fábricas y autos, entre todo el ruido —el ajeno y el propio—, la sonoridad de Sigmund Freud: los deseos inconscientes están siempre en permanecen en actividad (…). Los sueños que resultan susceptibles de despertarnos en medio del más profundo reposo nos inspiran un mayor interés teórico. Hemos de pensar en la general adecuación al fin y preguntarnos por qué el sueño, o sea, el deseo inconsciente, no es despojado del poder de perturbar el reposo. Así, los sonidos del rayo y el fuego, del agua y el viento son otros lenguajes para seguir descifrando.

Hoy, existen objetos atraídos por tu cuerpo, sus sonidos atraídos por tu cuerpo: un siseo constante al cambiar de una página a otra, de una voz a otra. Producen una transformación, abres los ojos a sueños distintos; aquello que no te ha enseñado Occidente: el camino de la belleza y la armonía —filosofía N’dee/N´nee/Ndé—. Esa postura asoma su color nácar en la luz circular de la noche, guiando tus piernas entre espinas de pescado mientras observas, cada perla digital que descansa en tu mano izquierda.

AQ

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Laberinto es una marca de Milenio. Todos los derechos reservados.  Más notas en: https://www.notivox.com.mx/cultura/laberinto
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