Mi celular se apaga últimamente. Lo hace cada tanto y a excepción de algunas ocasiones, lejos de verlo como un incordio, me parece una gran liberación. Tan sólo lo aparto y lo dejo castigado, pantalla abajo; sé que en algún momento revivirá, pero mientras tanto disfruto de la libertad de pensar y hacer otra cosa. No odio a mi celular porque me permite leer, ver películas e incluso escribir. Sin embargo, a ratos me atosiga, me llama y me alienta a buscar historias, insinuaciones, cosas que devoran mi tiempo. Así, esos desmayos que le dan a últimas fechas, como a un viejito tosigoso y caduco, resultan muy convenientes. Nos recuerdan a ambos que no es más que una cosa y en una isla desierta no sobreviviríamos ni él ni yo.

Estaba pensando que el celular no sólo nos secuestra la atención, también las manos. Me recordó al cuento de Alfonso Reyes "La mano del comandante Aranda", que es un cuento erudito, como todo lo de él, pues contiene también pequeño ensayo sobre la mano en el arte y en tantas cosas. Hilando la mano como tema con otros cuentos como "La mano disecada" de Maupassant y "La mano encantada" de Nerval —más tarde, no sé si alcanzaría a ver a la célebre Dedos de Los locos Addams—, Reyes escribe el cuento de la mano del famoso militar, que va pasando de la vitrina de los sacrificios heroicos a la vida práctica como pisapapeles y otros menesteres, hasta llegar, como lo dicta la tradición del cuento gótico, a cobrar vida propia, hacer tareas domésticas, escribir y luego dar órdenes y decidir sobre variados menesteres hasta regresar, por hastío o por vejez, como todos, a su originaria pudrición. Bueno, como destino heroico es preferible al de la mano de Obregón, que los niños de generaciones menos juveniles tuvimos que mirar en la visita escolar, con las venitas flotando.
"Este dios menor dividido en cinco personas —dios de andar por casa, dios a nuestro alcance, dios 'al alcance de la mano'— ha acabado de hacer al hombre y le ha permitido construir el mundo humano" dice Reyes en su cuento al hablar del prodigioso instrumento que es la mano. Pero me temo que ese bello dios de andar por casa está siendo saboteado por el pequeño celular al que no le importa si le tecleas, le susurras, le gritas, le mandas mensajes por telepatía o le pones tu cara enfrente: todo lo sabe y lo que no, lo entiende a su manera con o sin manos. Así como la mano del comandante Aranda veo yo a mi celular rebelándose, tomando decisiones por mí y, como decía, apagándose cuando estoy a punto de enviar un mensaje sin pensar o de leer una tontería y lo agradezco. Mientras siga despertando de sus desmayos no lo llevaré a las composturas ni lo cambiaré.
AQ