Hablar de sexualidad con los niños y las niñas es importante, pero desafiante y hasta incómodo para mamás y papás que temen explicarles el nacimiento de un bebé; lo que es un pene y una vagina, o que sus genitales son privados y no deben tocarse.
Pese a los tabúes que aún la rodean, la educación sexual sirve como un arma para que las y los hijos se defiendan ante un posible abusador; mientras que para madres y padres funciona como una pista para detectar esa violencia que se disfraza en lo discreto, lo amigable y lo secreto.
“En un abuso, muchas veces ellos no son conscientes de la gravedad del asunto, porque la mayoría de veces no es con violencia”, destacó Fernanda Cobos en entrevista a MILENIO.
¿Cuándo empezar a hablar de sexualidad?
La educación sexual debe comenzar en casa tan pronto el lenguaje de la niña o el niño empiece a desarrollarse.
Al entrar a esta fase, una de las principales reglas que Fernanda Cobos destacó es hablar con los términos correctos. Es decir, normalizar el uso de las palabras “pene”, “vagina”, “glúteos”, “senos” o “testículos”, así como lo hacemos con cualquier otra parte del cuerpo.
“Hay que hablar siempre de la forma más natural posible respecto al cuerpo”, señaló la especialista.
Esto no sólo significa enseñar a los hijos y las hijas a reconocer las partes de su cuerpo, también inculcarles el cuidado de su intimidad, delimitar los espacios en donde “se vale nuestra desnudez” o “nos podemos cambiar”, y las circunstancias en las que sólo mamá o papá pueden acompañarlo —tales como ir al baño o el momento de tomar una ducha—.
La técnica del semáforo

La educación sexual también significa establecer límites: qué partes de su cuerpo sí pueden y no pueden tocar, y cuáles si le gustan y no le gustan que le toquen. Para ello, la especialista en psicología infantil propone el uso de una técnica basada en los semáforos.
Esto consiste en que el niño o la niña identifique con el color verde aquellos tocamientos que son seguros y cómodos para ella; y los que no, con el color rojo. De hecho, las partes del cuerpo no necesariamente deben ser genitales: puede ser algo tan simple como tomarse de la mano, agarrarse de los hombros, acariciar la cabeza o hacer cosquillas en el estómago.
Por ejemplo, puede clasificar en “rojo” a ese apretón de cachetes que la tía le hace en todas las reuniones familiares o cuando sus compañeros lo despeinan; mientras que las palmaditas que su profesora le da en la espalda como reconocimiento de su buen aprovechamiento puede ir en color verde.

Así,— y tras aplicar la regla del lenguaje correcto y explicar lo que significa la privacidad— las hijas y los hijos comprenderán que los genitales, los senos y los glúteos son partes que no pueden ir de otro color que no sea el rojo.
“Entonces, cuando se acerque alguien se pueden sentir con la libertad de decir: ‘No me gusta que me toquen porque no me hace sentir cómodo’”, subrayó Cobos.
A su vez, esta técnica genera empatía y entendimiento del mapa corporal de otras personas, así como de sus límites: ya sea que no abrace a un compañerito que no le agrada el contacto físico o no entrar al cuarto de su hermana mayor sin pedir permiso antes.
“Empezamos a enseñarles los límites y los trasladamos a: ‘Acuérdate que no le gusta que llegues y les des nalgadas, porque es una parte privada o porque no le gusta’. Con este mapa corporal, también podemos ver el del otro. Podemos hacer como papá o mamá el ejercicio de: ‘Este es mi mapa corporal y no me gusta que me toquen el cabello’. Y así empezamos a respetar nuestros límites”.
¿Y el color amarillo?
En la cultura vial, las y los automovilistas deben reducir su velocidad tan pronto el color ámbar comienza a parpadear.
Sin embargo, el amarillo no se utiliza para el semáforo del mapa corporal, pues al ser un referente de “algo intermedio” se interpreta como un “no me agrada, pero puedo tolerarlo”. O en un ejemplo más aterrizado: “No me agrada que me toquen los genitales, pero puedo tolerarlo”.

Señales de alerta
En el tema de la sexualidad infantil no hay cabida para las interpretaciones adultas. O al menos no como un primer recurso, ya que no toda actitud sexual denota peligro.
La Red Nacional de Estrés Traumático Infantil (NCTSN) señala que en la etapa preescolar (o sea, antes de los cuatro años) es normal que niñas y niños exploren, toquen y froten sus partes privadas. Incluso, muestran interés por estar desnudos e intentan mirar cuando otras personas están desnudas o desvistiéndose.
“De repente ves a los niños agarrándose mucho el pene o a las niñas con la manita en la vagina. Puede ser normal (...) porque es algo muy de ellos, pero no le dan esa connotación sexual, solamente sienten algo rico y hasta ahí”, explicó la psicóloga.
Incluso, indica la NCTSN, conforme crecen es común que se vuelvan más sociables en su exploración e intentan compartirla con su círculo cercano. Y si bien ahí intervendría la enseñanza del mapa corporal y el respeto por los límites ajenos, Cobos recomendó estar alerta en cuanto empiezan a “trasladarlos a otros” o “en los juegos empieza a tocar a otros niños”.

De la misma manera, aunó, hay que poner atención cuando empiezan a esconderse para tocarse; se vuelven irritables (más de lo normal); tienen muchas pesadillas; no quieren ir a la escuela; empiezan con juegos erotizados o presentan un retroceso de esfínteres. Pero aún si se detectaran estas señales, lo más recomendable es abordar el asunto “lo más natural posible”.
“Sé que es complicado porque, justo, te alerta. Pero hay que entender que siempre le damos la interpretación de adulto”.
Así, al notar algún cambio alarmante en el comportamiento, sugiere “ponernos al nivel” del hijo o hija y— con preguntas como “¿Qué sientes?” o “¿Qué está pasando?”— comenzar a indagar el origen de esa conducta que despertó preocupación. “Los mismos niños te empiezan a decir (...) al verte tranquilo, empiezan a elaborar y profundizar”.
“Si yo me acerco y le pongo esta connotación adulta, lo que voy a hacer es que el niño se va a cerrar porque se va a dar cuenta que lo que está pasando es algo malo (...) Lo ideal es acercarse de la forma más natural aunque por dentro viva mil angustias”.
ASG