Hace un momento acabo de subir la imagen que diariamente pongo en mi página de Instagram, bajo el encabezado de “A través de la pantalla” (en alguna otra ocasión comentaré con mayor amplitud este proyecto). Para quienes no están tan familiarizados con el formato del Instagram, diré que las publicaciones que se van haciendo (al menos la de las fotografías u otras imágenes fijas), con la frecuencia que sea se van agrupando en filas de tres en tres, en donde la imagen de la extrema izquierda es la más reciente y se va desplazando hacia la derecha, etcétera. La fotografía que hoy subí es una Polaroid de Helmut Newton, realizada, muy probablemente, durante una sesión para “Vogue”, Italia. La imagen es un retrato de grupo protagonizado por cinco mujeres jóvenes, cuatro en la parte trasera, una más en primer plano. El grupo está en algún punto de un muelle o dársena, tienen un corte de cabello similar, visten de negro, y cuatro de ellas llevan lentes para el sol, en tanto que la situada en primer plano no los lleva y parece estar mirándonos. Casi se podría decir que es una fotografía típica de Newton.
A su lado derecho hay una fotografía de paisaje, Yosemite, de Bod Wick, y en el extremo derecho, el retrato de una pequeña niña de Bangladesh de la fotógrafa Elisabeth Granli. Si siguen viendo hacia abajo los tríos de fotografías que se han ido formando con los cientos que ya he subido se darán cuenta de que todas tienen las mismas características, no hay nada en común entre ellas, no son de una sola época, fotógrafo, estilo o escuela, pueden ser analógicas o digitales, incluso tomadas de la IA; toda aquella imagen que llega a mi escritorio por diferentes fuentes es susceptible de pasar a la página de Instagram, la cual es, en efecto, un caos o reflejo fiel del estado que guarda la imagen fotográfica entre nosotros en estos tiempos.
Después de esta práctica diaria, ver imágenes, seleccionar una de ellas, subirla a la plataforma, hoy al contrastar la fotografía del “Vogue” con la de la pequeña de Bangladesh (nada más opuesto o contradictorio que juntar estas dos imágenes) o prácticamente con cualquier otra de los millones que forman nuestra iconósfera, caigo en cuenta que para mí, lo interesante de cada una de ellas es que representan, además de lo icónico que llevan impreso, una decisión, la decisión que en un momento dado tomó su autor, el momento exacto en que decidió accionar el obturador de su cámara, reteniendo para siempre no una imagen, sino un fragmento de tiempo que jamás se repetirá, gran responsabilidad esta que tiene la fotografía y que no es equiparable con nada más. Casi me siento tentado a decir que en esta página de Instagram –como cualquier otra– no colecciono imágenes, sino decisiones. Lo que las distingue no es su parte icónica, en ese sentido todas son parecidas. ¿Qué tan diferente es un roble de otro roble, de un bosque de uno solo? ¿El retrato de mi padre con el de mi hijo? Lo que los hace diferentes, únicos, es la decisión que tomó el fotógrafo de cuándo hacer el retrato o el paisaje o lo que fuera, así no hay límite para las imágenes, siempre habrá tantas y tan distintas entre sí, como fotógrafos haya, ninguno de ellos toma las mismas decisiones, eso es lo interesante de la fotografía.