“Son hijos de Dios. Tienen derecho a una familia. No se puede echar de la familia a nadie ni hacerle la vida imposible por esto. Lo que debemos crear es una ley sobre las uniones civiles. De este modo los homosexuales tendrían una cobertura legal”, se escucha decir al Papa en el documental Francesco, del ruso Evgeny Afineevsky.
La filtración causó revuelo alrededor del 20 de octubre pasado. En realidad, se trata de una declaración otorgada a la periodista Valentina Alasraki, en 2019. Sin embargo, la parte dónde otorgaba su bendición a las uniones gays nunca salió al aire. Según Frédéric Martel en su libro In the Closet of the Vatican: Power, Homosexuality, Hipocrisy, El Vaticano suele revisar el material de las entrevistas antes de su transmisión con tal de hacer el pietaje de las palabras a su antojo. Por lo visto, Alasraki recibió una versión final homofóbicamente alterada, que fue la que Televisa difundió en cadena nacional.
Así pues, el progresista mensaje del Papa Francisco no es producto de una apertura, sino la infiltración extendida de una declaración previamente censurada como parte de un documental. Que en esta ocasión El Vaticano haya dado su visto bueno quizás tenga que ver con la humillante utilidad de siempre: los homosexuales como detergente ideológico para lavar la imagen de cualquier organismo perseguido por el fantasma del conservadurismo. Lo que a su vez merma el fluido económico.
Y como siempre, los homosexuales muerden el anzuelo. Hasta el punto de concederle propiedades de valor histórico.Demostrando la inagotable angustia de los homosexuales por sanearse de la culpa.
Es tragicómico ver a parejas de homosexuales que logran cruzar las burocráticas aguas de la adopción,inculcarles a sus bendiciones valores que ni las más espantadas de mis tías que nunca en su vida han tenido un dildo entre sus manos harían. Y hago hincapié en los hombres, cis, como exige la posmodernidad que nos rodea, puesto que la maternidad lésbica es menos condenada en términos homofóbicos. Papás luchones, luchando por inscribir a sus hijos en escuelas privadas católicas con tal de que sus peques entiendan el verdadero significado de la sodomía, supongo.
En el muy remoto caso que tuviera la necesidad de llenar mis días con hijos, les pondría remixes de Christian Death o toda la discografía de Bad Religion. Si tanto le importa a Francisco, que dejen de hacernos la vida imposible, podría empezar por borrar la palabra sodomía del vocabulario bíblico, para acabar de una vez por toda con el estigma gay. Cosa que desde luego no pasará. La mercadológica insistencia con la palabra uniones para referirse a las parejas del mismo sexo está ligada a su convicción de no alterar lo heterosexualmente sagrado de la palabra matrimonio.
Histórico será el día en que los gays dejemos de buscar la aceptación y validación de los heteros para sentirnos incluidos. El día que dejemos de ver sus modelos sociales como el pináculo de bienestar.
La conmoción alrededor de las palabras del Papa Francisco muestra lo insuficiente y desabrido que saben todos los logros civiles en materia de derechos homosexuales.
La separación iglesia-estado es poca cosa frente a la validación de la iglesia católica: ello implicaría una suerte de paliativo moral al estremecimiento de culpa que sigue pisando los talones gays, a pesar de todo. De toda la visibilidad y el montón de artistas que salen del clóset, aunque luego se acomoden en otro armario, el de la discreción y las parodias familiares.
No hay nada de valiente o progresista en las declaraciones del Papa Francisco. Ni cuando se declaró a favor del matrimonio igualitario entre personas del mismo sexo mientras fue Jorge Mario Bergoglio, arzobispo de Buenos Aires, allá por 2010. Su apoyo fue a puertas cerradas. Como esas películas de temática gay que derriten a los bugas más pinches cursis. Aquellas que tienen mucho cuidado en entrecerrar las puertas en la habitación matrimonial o empalmar un chingo de sombras entre las sábanas con tal de hacer de la intimidad entre dos hombres un acto de amor universal.
Como sucede en Call me by your name. ¿Quién chingados quiere ser universal cuando nos llenamos la boca defendiendo la diversidad? Los gays somos unas bestias. Le damos un uso impúdico a la vaselina y descargamos porno a lo pendejo. ¿Qué de malo hay en eso? No le hacemos daño a nadie. Lo suyo es alienarnos a los jotos a la felicidad que supone el conservadurismo: la monogamia y aburridos roles de familia que desencadenan válvulas de doble moral y culpa.
Los jotos no necesitamos que alguien como el Papa Francisco ni cualquier iglesia den su visto bueno sobre la cobertura legal que merecemos o lo que sea.
Aquellos homosexuales devotos de la fe católica, después de aplaudir su supuesta valentía, deberían hacerse responsables de las contradicciones que implica el pecado de la sodomía. Al resto de nosotros déjenos arder en el infierno en paz.
No necesitamos de sus limosnas católicas para reafirmas nuestros derechos más básicos, como el respeto sin necesidad de escondernos. Y mucho menos, pedir perdón por quien somos.