Dicen que dentro de los “cambios en la Política Nacional de Salud Mental y en la Política Nacional sobre Drogas”, promovidas por el ministro de Salud dentro de la administración de Bolsonaro, en Brasil, se pretende traer al presente la terapia de electroshock o electroconvulsiva (TEC), compleja y polémica por su grado de daño físico. A pesar de su estigma, de acuerdo con la Biblioteca Nacional de Medicina de los Estados Unidos, dicho tratamiento, que consiste en descargar corrientes eléctricas al cerebro por medio de electrodos conectados en puntos estratégicos de las sienes para desatar convulsiones artificiales, sigue practicándose con frecuencia, previo consentimiento del paciente, en países como el Reino Unido o la misma Norteamérica, bajo protocolos de seguridad que según esto nada tienen que ver con las leyendas de Lou Reed o aquella brusca secuencia de Requiem for a dream (al parecer en la actualidad aplican anestecias especializadas), minimizando dentro de lo posible los efectos secundarios que le ganaron fama de abuso médico: náuseas, mala memoria, confusión, permanentes dolores de cabeza. Lo cierto es que su efectividad en la salud mental sigue cuestionándose por movimientos antielectroshock en todo el mundo que ven esta alternativa poco o nada terapéutica y sí una sesión de tortura psiquiátrica.
La noticia se ha propagado con precaria lentitud, de momento solo retomada por pequeños blogs de izquierda mientras los medios de renombre parecen omitir el hecho, arriconándolo al rumor, aunque dado el reciente caso de mentiras del Der Spiegel, la reputación y el renombre de los grandes títulos son, de momento, antónimos éticos y el clima ultraconservador que empaña a Brasil no ayuda.
Quienes divulgan la noticia aseguran que dichos cambios cariocas tienen un objetivo: empezar a borrar la diversidad sexual mediante pinches toques de alto voltaje, como en los cincuenta del siglo XX –cuando Reed fue obligado a recibir terapia electroconvulsiva para curarle la afeminada putería–, solo que en épocas de efectos especiales para las selfies de Snapchat, smartphones de reconocimiento facial y deconstrucciones del género.
Puede sentirse la distopía empezando a propagar un tóxico ecosistema de asfixiante conservadurismo, como el track 11 del nuevo disco homónimo de Ladytron, Horrorscope , en el que Helen canta con afección robotizada: “Se están contando historias del futuro del que no deberías estar enterado”. Tras once de años de ausencia, el cuarteto británico, pioneros del electroclash estilizado de referencias synth y cyber, entregó el fin de semana pasado un disco de sintetizadores sombríos y hasta alarmante, distópicamente sexy, a excepción de la animada Tower of glass, el resto de las canciones parecen stories de Instagram en clave de neo-noir traídas del futuro a la vuelta de la esquina, donde el baile es resistencia ante el conservadurismo cuasi totalitario. Un efecto musical fascinante e inesperado, pues me tenían un poco decepcionado, de algún modo, se autoengañaron con su propia fama de reinventores del synth pop ochentero y se concentraron en generar canciones para pasarelas de moda indie.
Pero el regreso de Ladytron es un astuto volver al futuro, a uno opresivo y radicalizado. Será que puse el álbum con las expectativas bajas mientras leía la noticia de los electroshocks brasileños, que sus beats empezaron a cobrar vibratorio sentido.
Leía sobre cómo la derecha de Bolsonaro está dispuesta a censurar la diversidad sexual, mientras en México se sueltan comentarios que censuran vocales, palabras o el humor que pueda ofender a la diversidad sexual; se emprende la batalla contra la masculinidad desde la indignación de redes sociales y bares en calles seguras, protegidas por el consumismo, mientras la derecha recalcitrante avanza como ejército invadiendo las banquetas por el simple hecho de no tener miedo a entrar y caminar por los barrios, cuya percudida lejanía los ha mantenido alejados de la gentrificación queer.
Cobardes nosotros, en lugar de echarnos una caguama en algún partido de fut de barrio para generar empatía, preferimos desviar la mirada hacia los delirios de las vocales fonéticamente opresoras, queriéndonos salvar de la normalización fustigante, y es entonces cuando las chicas de Ladytron modulan un verso al más puro estilo del industrial EBM (electronic body music) en su canción “Deadzone”, para mí, la mejor del álbum: “Vidas abandonadas en estéreo hablando toda la noche sobre lo que saben. Tú no eres mi salvador… mi resistencia es tu debilidad” y esta frase me dejó frito, recordando cuando tengo que mantener mis fetiches masculinos frente a la derecha y otros tantos hombres queers que exigen culpas por ello. En esta distopía que se nos avecina, muchos se jactan de acusar a la masculinidad de frágil (hablando de homosexualidades), cuando lo quebradizo es la burbuja de la tolerancia hoy mutada a teorías deconstruccionistas. Ahí están, el triunfo de Bolsonaro y sus posibles electroshocks y cientos de personas apoyándolo, esperando el futuro.
Twitter: @distorsiongay