Loops gays de elevación fractaloide cuyo optimismo ambiental de pronto cae, como un helicóptero de guerra herido de potentes balas provenientes de una Barret calibre 50, al centro de una bodega abandonada, atascada de ilegalidad anti-hetero, embestidas anales rebeldes de la reproducción humana y breakbeats que incitan a bailar y coger sin condón frente a las hélices y la estructura en llamas. A eso suena el primer track, homónimo, de casi 47 minutos de “In case wenever rave again”, uno de los más recientes proyectos discográficos de Bored Lord, chica trans oriunda del conservador Memphis, que sin embargo, escapó para comandar las fiestas más guerrilleras del Oakland vandálico, donde las identidades Lgbttti renuncian al glamur domesticado, homoparental de la diversidad sexual que ha invadido el histórico arcoíris de la Bay Area, para volver a ese estado primitivo de disidencia donde lo importante era el hedonismo a flor de piel, y no la asimilación buga como puente hacia la legalidad que suponen los derechos de las minorías sexuales.
“In case wenever rave again” salió al mercado justo cuando la cuarentena desencadenaba ansiedad y muerte en los Estados Unidos de Norteamérica y las Marchas del Orgullo se iban cancelando como fichas de dominó cayendo una sobre otra a lo largo del mundo.
¿Qué pasaría con lo que muy probablemente sean las fiestas más importantes de la diversidad en México y el mundo? In Case wenever rave again terminaría convirtiéndose en el primer soundtrack de la distopía postpandemia Lgbttti, en la que Bored Lord, DJ, a la vez que productora, mezcla los ritmos de cuerpos humanos con los nervios alterados por la interacción en redes sociales como diseccionado por David Cronenberg y las anárquicas reflexiones de la transición de género, con más arresto que fluidez de las novelas de Angela Carter; los brokenbeats (como impío género individual que vaticinaría cosas como el grime) irrespetuosos de la tradición del ritmo 4/4 con el mashup evolucionado a sobredosis de violenta nostalgia, hasta dar forma a un reventón donde los ecos de Kylie Minogue, Dido, Nirvana o Sophie Ellis Bextor se diluyen con beats de índole agitador, dotando a la fiesta de un sentimiento catastrofista donde lo último que importa es la sensualidad suicida como remedio al nuevo orden mundial que nos acecha como consecuencia de las medidas se seguridad para mantenernos a salvo del covid-19.
Bored Lord se ha caracterizado por lanzar varias producciones en tan solo un periodo de 300 días. Uno de sus títulos más exitosos del año pasado fue Transexual Rave Hymns, dónde partía de las bases rítmicas de Britney Spears para transportar su imaginería de domesticado icono gay a una sórdida pista de baile donde la diversidad sexual recobraba su espíritu transgresor a las convenciones sociales y las posturas queer regresan al valor de las calles, abandonando la cómoda moral de las aulas de posgrado en la que se entrampado en los últimos años. Bored Lord se ha propuesto, quizás en un impulso soñador y maquinal, sacudir lo que hoy se entiende como cultura gay de su iconografía de fácil digestión.
De hecho, los intransigentes beats de Bored Lord parecían adelantar el rumbo kamikaze de los reventones de la diversidad sexual, controlados por una corrección política que empezó a hacer de guardia civil de una tolerancia que apuntalaba la hipocresía y por momentos, encubriendo, hábilmente, los estudios de nichos de mercado bajo el gratificante y efectivo reconocimiento de identidades con todo y sus banderas, como si los gays fuéramos curules de la ONU. Sin necesidad de un coronavirus que amenazara con suspender las fiestas Lgbttti y su orgullo saturado de patrocinios que imponían estilos de vida aspiracionales; Bored Lord, con apenas veintitantos años, empezó a programar pasajes tan alejados de los clichés gays, como los sencillos de nu-metal de Papa Roach o Limp Biskit, apareados con break-beats de house maricón, lo que da como resultado piezas bailables que provocaron calurosas discusiones sobre la cómoda zona de confort en la que se ha instalado conceptos tan prostituidos en la soberbia política como la tolerancia o la inclusión que anulan cualquier futuro posible. Tal como está sucediendo en estos tiempos, en los que la nueva normalidad estará sujeta a un hipercontrol que incluirá una vigilancia a la sexualidad, en la que muy probablemente los gays seremos estigmatizados, como si el tiempo empezara a tomar un camino circular rumbo a lo los prejuicios de los ochenta.
Los proyectos discográficos de Bored Lord parecen buscar ese paraíso perdido de anarquismo sexual, donde los colectivos no-hetero eran capaces de desafiar el sistema que solo protegía a aquellos capaces de reprimirse.