Sociedad

No si fueras el último dandy en la tierra:BJM en San Francisco


Yo quería gritar: ¡Arriba los Dandy Warhols!

Pero Jim me puso un dedo en la boca. Luego la mano. No era el mejor momento para atizar rencillas y chismes con sabor a cocaína que solo le importa a la prensa escrita por heterosexuales que creen en el periodismo musical que de verdad importa.

Días antes, la banda amaneció con la terrible noticia que una pandilla robó casi todo su equipo: varias guitarras Vox, Gibsons y Harmony Sovereing, un bajo Fender y otras cosas. Horas antes del concierto en el Teatro Roseland, Portland, la tierra de los Dandy. Me imagino el chorrillo que debe provocar que te roben 50 mil dólares en equipo musical. Además del pendejazo que estaba a nuestro lado izquierdo chingue y chingue con que no le estuviéramos empujando, estábamos en San Francisco. La tierra de Brian Jonestown Massacre. Más allá de incomodar a la hipiza posmoderna, no gritar mi consigna fue como señal de respeto al hijo pródigo de la psicodelia moderna fermentada en California: Anton Newcomb. El cantante y líder principal de la banda. Famoso por sus desplantes irascibles y violencia piscológica que puede mutar en golpes al menor acorde. Solidaridad con las guitarras robadas.

Antes de empeorar las cosas, nos fuimos por una cervezas echándole unas miradas de miedo al cabrón que se ofendía porque chocábamos con sus caderas cada tanto. Estaba altísimo el mamón. Pero eso no me detendría en caso de ser necesario.

Fue un conciertazo. Aun con la falta del pandero de Joel Gigion, en cuya personalidad se sustenta buena parte de la saga de los BJM. Creo que Anton dijo que no estaría tocando porque le dio chorrillo. O algo así. Muchos creen que el pandero es un instrumento de resonancia decorativa, pero en su cascabeleo se puede identificar la personalidad de una banda a kilómetros de distancia. Y eso pasa con el pandero de Joel. No solo es el rastro musical. La forma de golpearlo con hedonismo y arrogancia masturbatoria tiene todo el potencial de guiar al público a la locura. Del mismo modo que Bez de los Happy Mondays. Personalidades que destacan como flautista de Hamelin.

La ausencia de Joel requería de un suplente a la altura de la historia que persigue a la Masacre de Brian y que se resiste a la cordura. El pandero cayó en tipo que no debía pasar de los 25 años (según recuerdo entre la borrachera que me cargaba y lo cegatón de mi naturaleza y se complica conforme envejezco) con una timidez que provocaba ñáñaras. Parecía un soldado con atrofia muscular obligado a partir rumbo a la guerra. Con el cabello largo y rizado.

Casi a la mitad del concierto, Anton interrumpió dos veces el preámbulo de la canción para gritonearle al joven hombre del pandero por no estar haciendo bien su trabajo. El momento tuvo su dosis de morbo que parecía llevar al rock a su estado de peligroso salvajismo, del que ya solo quedan sus tóxicas sobras. Porque hoy el rock es una catarsis de buenas intenciones que pretenden hacer del mundo un lugar seguro para todos los infelices.

Pero también resultó doloroso de ver. Como ser espectador de un fusilamiento. La timidez del joven se convirtió en un estado gelatinoso y una suerte de embolia se apoderó de sus extremidades.

¡Es justo lo que quería ver!

Gritó alguien a un lado de nosotros. Y sí, de alguna manera íbamos preparados mentalmente para presenciar algún arranque de Anton.

Brian Jonestown Massacre son un bandota del tamaño del estado de California. Y el talento de Newcomb para componer rock de psicodelia que no apeste a nostalgia es indudable. Pero en la prolija rivalidad con los Dandy Warhols, me quedo con estos últimos. Por momentos me ataca la desconfianza de creer que en Newcomb su locura es un ingrediente de habilidad espontánea. Toda la virtuosidad lisérgica de los BJM se diluye cuando la barbarie mental de Anton es atizada por toques de melodrama. Como en el concierto en el salón Fillmore de San Francisco. Sobre él pesa la leyenda de un desequilibro mental que raya en la autoexplotación y eso me conflictúa. En cambio, si algo deja claro algo el estupendo documental DIg! de Ondi Timoner sobre los caminos cruzados entre BJM y los Dandy Warhols imposibles de desmembrar hasta el día de hoy, es que estos últimos fueron inteligentes al resignarse con estilo, que eso del rock subterráneo es de las estafas más redituables que sigue apendejando a los incautos. Mientras Anton Newcomb era arrestado por manejar la camioneta oficial de la banda con drogas, Courtney y el resto firmaba el contrato para llevar a los Dandy por Europa.

Al menos para mí, me resulta imposible no pensar en Brian Jonestown Massacre sin la encajosa rivalidad con los Dandy Warhols que solo beneficia al gremio editorial. Se sabe que todos los grandes pleitos entre músicos y bandas son chismes de periodistas arrinconados que se les salió de las manos. 2Pac vs Dr. Dre. Blur vs Oasis. Alejandra Guzmán vs el mundo. Brian Jonestown Massacre y Dandy Warhols. El problema, creo, es que Newcomb mordió ese anzuelo mientras que Courtney Taylor optó por cierto autismo glamoroso e icónico.

El track “Not if you were the last junkie on earth” era solo un sencillo más hasta que Newcomb se lo tomó personal y le contestó con su propia versión de los hechos: “Not if you were the last dandy on earth” y le verdad, me gusta más la respuesta de los Brian Jonestown Massacre.

No tengo pedos en adminitr que los Dandy Warhols son menos ambiciosos en su psicodelia de chicle. Su vocalista, Courtney Taylor, es carita y eso los lleva a ser considerados un grupo de distorsiones baladís. Pero son músicos que no necesitan echar mano de una reputación de estado alterado para obtener reconocimiento. Las canciones de los Dandy son ingeniosas en elaborar notas repetitivas en la misma clave neuronal que los BJM. La diferencia es que los Dandys adhieren buena carga de coros viscosos que a los gays nos encantan.

Wenceslao Bruciaga

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Wenceslao Bruciaga
  • Wenceslao Bruciaga
  • Periodista. Autor de los libros 'Funerales de hombres raros', 'Un amigo para la orgía del fin del mundo' y recientemente 'Pornografía para piromaníacos'. Desde 2006 publica la columna 'El Nuevo Orden' en Milenio.
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