No era necesario ver el sobreexpuesto documental de Walter Mercado para concluir que Eugenio Derbez es un malagradecido y mediocre cómico, cuya “exitosa” fórmula consiste en fusilarse la idiosincrasia de las rutinas del Güiri Güiri Andrés Bustamante mezclada con los enredos de Los Simpson, al mismo tiempo que pisotea cualquier influencia que pudo haber adquirido en sus inicios al lado de la finísima y perspicaz Anabel Ferreira. Derbez es un oportunista básico. Luego entonces, su homofobia detrás del personaje de Julio Esteban, la imitación de Walter Mercado, no debería sorprender a nadie. Debo aclarar que todo este tiempo creí que el blanco de su burla era Esteban Mayo. Lo que es quitarse la venda de los ojos.
Puedo entender la conexión de muchos gays con el personaje de Walter Mercado. La astrología es el perfecto cacharro para depositar las decisiones hirientes sin que la culpa haga estragos. Como ese bato que me mandó a la chingada porque según sus cálculos astrales, los libra éramos demasiado hedonistas y flotantes para su carácter regido por la obstinación. Le dije que si fuera tan capricornio como decía, ya hubiera armado el librero tipo Ikea que llevaba sellado sin abrir, lo que teníamos de ponerla y quizás más: “Mejor ten los huevos de decirme que te cago la madre y que ahí muere en lugar de andar culpando a la posición de los astros, que seguro ya están hecho un desmadre de inexactos de tanta pinche sobrepoblación”.
Lo que si no es fruto del azar es la homofobia. De nuevo, ardiente tema de conversación en redes a partir de los personajes de Derbez y otros comediantes, pertenecientes todos a la misma generación que tuvo su pico de gloria hace 20 años y utilizan el estereotipo del homosexual afeminado como un recurso de comedia que no se cuestiona lo humillante de sus bordes. O el influjo en una sociedad como la mexicana, educada para sobajar a todo lo que se perciba diferente. Leo en redes sociales historias de gays que cuentan cómo incluso su misma familia los humillaba gritándoles Julio Esteban. En mis tiempos de primaria nos decían los Juan Gabriel o los Simón, por la salsa de Willie Colón, “El gran varón”. Sin duda tuvimos suerte.
El 5 de julio de este año, en Tehuacán, Puebla, un grupo de mecánicos hostigó a Víctor Hugo, de 32 años, tan solo por su homosexualidad. La agresión debió ser tan intimidante como para que Víctor Hugo tuviera el instinto de huir. Los mecánicos fueron tras él. Uno de ellos sacó una pistola. Le disparó en la pierna. Pero un segundo balazo impactó en su cabeza. Por fortuna y hasta donde tengo entendido, Víctor Hugo está vivo y con una deuda de 20 mil pesos por los servicios médicos en un hospital privado. La noticia no tuvo ni por asomo los mismos retuits que aquellos que clamaban la cancelación de Derbez. Pero eso es lo de menos. Me pregunto, en una época dónde los sketches de gays afeminados no se transmiten con la rotación de antaño y en la televisión abierta, los mensajes contra la discriminación hoy son una constante, ¿de dónde vino el odio de esos mecánicos como para desenfundar un arma y dispararle a un homosexual? Uno de los nuestros. ¿Son personajes como los de Julio Esteban la última dinamita de la homofobia?
Leí con interés algunos hilos de Twitter que parecían tantear la idea de emprender una guerra contra los heterosexuales. Si bien la provocación no me sabe tan descabellada después de lo de Víctor Hugo: ¿por qué los gays nos empeñaríamos en imitar los convencionalismos hetero, cuya naturaleza es precisamente la homologación de la convivencia que propicia un miedo a la diferencia que deviene en homofobia? Porque de eso se trata la creciente cultura de la cancelación. Cada vez me cuesta más trabajo enfocar la frontera entre una legítima batalla por extirpar la homofobia y el urgente deseo de ser aceptados a toda cosa, asimilados por todos sin salir magullados. Como una aceptación purificada. Cuando estoy convencido que los enemigos son necesarios, pues serán ellos los que escribirán nuestros epitafios. Los mejores.
El intento de crimen de odio por homofobia merecía al menos un cristalazo iracundo como sucedió con George Floyd.
Esteban Mayo o Walter Mercado, da igual. Ambos eran personajes que lucraban con la seudociencia que suponen los horóscopos. Para mí, lo fascinante de Walter Mercado fue la edificación sin censura de un personaje que hallaba en la extravagancia rubia una posibilidad de libertad. No le gustaban las imitaciones sobre su persona, porque él era sabio dueño de su propia parodia en un mundo de machos latinos, reprimidos hasta el aburrimiento. Sus mejores momentos eran cuando no hacía negocio cobrando un par de dólares por predecir probabilidades al otro lado de un número 01-900. Lo recuerdo en un panel de invitados al show de María Laria diciendo que no se necesitaba de una bola de cristal para saber que absolutamente todas nuestras decisiones tendrán efecto en el futuro, y que por mucho que te echen las cartas podrás salvarte de las consecuencias de tus actos. Y en algún momento, tanto las consecuencias de la cancelación como de la homofobia tendrán sus consecuencias. Y Ni la predicción más cabrona del buen Walter podrá saberlo.