Extraño mis desmadres pornográficos. Pero no la homosexualidad citadina, que francamente me tenía empachado desde antes del brote del covid-19, al menos en la superficie de la tolerancia y la aceptación cursi, formando familias convencionales. El futuro gay ya estaba derogado. Con todos esos debates fútiles sobre el lenguaje de odio y los espacios seguros, como si los homosexuales fuéramos animales de zoológico a los cuales habría que tener entretenidos y a salvo, mientras entretenemos a los visitantes con realitys de drag queens y series de gays caritas e inofensivos como las series de Ryan Murphy. No termino de dar con la auténtica funcionalidad de la lucha por los espacios seguros para homosexuales, muy incendiada sobre todo al interior de las universidades que no son precisamente maquetas de la vida real. Si algo nos ha enseñado la cuarentena, es cómo el encierro, aun dentro de un espacio seguro, puede estimular cierta locura maquinal que podría desatar agresiones innecesarias, como El ángel exterminador de Buñuel o los niños de Locura desenfrenada, la novela de J.G. Ballard, que terminan cometiendo actos sangrientos después de vivir años encerrados en un fraccionamiento de lujo en las afueras de Londres.
Prueba de toda esa locura de cuarentena son las conversaciones de egocentrismo instantáneo del YouTube o la creatividad de las llamadas estrellas del Instragram, agotadas en el surrealismo insípido. El estado actual de los timelines se alimenta de fotos del pasado y viñetas insulsas para los stories que ya ni risa dan de lo automático de su intención de publicar como hábito millennial. Como si el presente ya no fuera suficiente y la realidad del futuro, aparece un algoritmo de falso optimismo programado para saltarse inconvenientes, que poco o nada ayudarán a la distopía de la nueva normalidad. Por eso valoro la depravada coherencia de los sextwiteros gays y las cuentas de pornografía que sigo. Son honestos con el tipo de fama que buscan, sin necesidad de hacerse los interesantes. Ellos, los sextwiteros, tienen el futuro claro: sexo explícito e inmolado sin importar qué tan nueva sea la normalidad después que la cuarentena se atenúe escalonadamente. Mucha gente parece estar ansiosa por regresar a la normalidad, aunque para muchos, la normalidad consistía en angustiarse por una rutina impunemente acelerada, en la que nunca alcanzaba el tiempo para nada. ¿Desde cuándo fue normal sentirse ocupado como forma de integración social? En lo personal no extraño las horas tiradas en el tráfico automovilístico. Ni el estrés de las finanzas personales que frustran según la presión social en tendencia. He aprendido a vivir con lo suficiente y mis discos y libros son una especie de despensa. Ni la paranoia por la homofobia vista desde el cristal del zoológico.
Es mentalmente insano y ocioso desperdiciar el tiempo haciendo planes para cuando la cuarentena acabe. Lo único que tiene que ofrecer el futuro inmediato es una agorafobia colectiva, incertidumbre laboral, la ralentización de la rutina frente al consumismo mermado y el rompimiento de nuestros temores y sanitaria seguridad si es que queremos respirar libertad. Y una homofobia que nunca se ha extinguido. Es más, que puede encrudecer, con la llegada de la Fuerza Armada “para llevar a cabo tareas de seguridad pública”, según el Diario Oficial de la Federación publicado el pasado 11 de mayo, y que muy poco le podrían importar los espacios seguros de nosotros los putos.
Me pregunto si esos youtubers y estrellas gays del Instagram al borde la locura, o los mismos activistas involucrados en el matrimonio igualitario o la implementación de los llamados espacios seguros –que bien podrían ser una comodina resignación acomodada– que pretenden erradicar la homofobia desde la economía familiar, el sollozo institucional o el pacifismo patrocinado, tendrán una estrategia para sensibilizar a la Fuerza Armada en temas de diversidad sexual. Desde que temas como el matrimonio igualitario o la adopción homoparental encabezaron las prioridades del activismo gay, la percepción de la homofobia se desconectó de la realidad. Los crímenes de odio por homofobia provocaron menos indignación que la negación de algunos estados a legalizar el matrimonio igualitario. Después de todo, las burbujas, familiares o de cualquier tipo, son un impulso burgués. Hace mucho que los discursos contra la homofobia se agazaparon en estudios de televisión y foros académicos donde la tolerancia es más bien una regla de buenos modales.
Puede ser que la nueva normalidad no sea tan nueva y normal para los jotos renegados de la lógica buga. Y no sé qué tan conscientes estemos de ello como para dar la batalla. Aunque una chispa de esperanza surgió con los disturbios en el edificio del IMSS sobre Paseo de la Reforma en protesta por el desabasto de antirretrovirales.
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