Política

¿De dónde vienen los científicos?

La matrícula de posgrado casi se duplicó en los últimos diez años. Shutterstock
La matrícula de posgrado casi se duplicó en los últimos diez años. Shutterstock

En un momento en el que las ideologías de ultraderecha ganan auge y expanden sus bases sociales, se hace urgente identificar los elementos distintivos de sus discursos y cómo estos les permiten acumular simpatías.  

Además de reconocer esos elementos, es importante desmontarlos, pues es bien sabido que las extremas derechas manipulan la opinión pública recurriendo a estereotipos o prejuicios que generan confrontaciones entre grupos sociales que, de no ser por estas ideas distorsionadas y divisivas, bien podrían generar vínculos solidarios en contra del autoritarismo. 

Me referiré en esta entrega más específicamente al discurso que presenta a la comunidad científica y académica como un sector separado y distante de la sociedad o el público general. 

La idea viene en dos versiones, que se suelen reforzar mutuamente: una versión dibuja a los científicos y a los académicos como personas cuya educación les confiere un punto de vista privilegiado, no sólo sobre su campo de especialidad —lo que es innegable—, sino sobre todos los asuntos públicos, y eso, a su vez, les permite asumir posturas políticas más racionales y mejor fundamentadas que las del resto de las personas. Se trata de una falacia que expande la autoridad intelectual que se pueda tener sobre cierta área a absolutamente todos los campos del conocimiento, incluyendo el que, por definición, le atañe a todas las personas, que es el campo de lo político. 

La otra versión abreva de la primera pero invierte el valor social de las personas que se dedican a generar conocimiento: se les considera “parásitos” (como los llaman, por ejemplo los adherentes de Javier Milei), o élites acomodaticias que viven del dinero público y no producen más que textos incomprensibles y disociados de los problemas reales de la gente común.  

Las dos versiones, aunque difieren en el valor que se otorga al quehacer científico (una de ellas lo sobrevalora más allá de sus confines; la otra lo considera inútil y elitista), descansan sobre la premisa de que la academia es un sector intrínsecamente diferenciado de la sociedad de la que emerge. 

La premisa es perniciosa porque alienta, por un lado, un desprecio al conocimiento, el razonamiento y el sentido de la gente común, incluso en temas que no requieren preparación formal y experticia —como el sentido común político, o la ética colectiva—. O, por otro lado y a la inversa, promueve el desprecio al quehacer científico, a la calidad de la evidencia que genera y a las explicaciones racionales del mundo material y humano. 

Además de perversa, la premisa es falsa. En un país como el nuestro, las científicas, los académicos, las y los estudiosos de las humanidades y la comunidad entera que se dedica al avance del conocimiento, no son una élite separada de la sociedad, sino que emergen de su núcleo mismo a través de una herramienta poderosa del Estado: la educación superior pública y gratuita. 

Aunque para reforzar estereotipos se puede recurrir siempre a algunas excepciones, la verdad es que en nuestro país la gran mayoría de las personas que se dedican a la investigación, y que suelen para ello contar con un posgrado, son la primera generación de su familia en obtenerlo. La matrícula de posgrado se ha casi duplicado en los últimos diez años. La mayoría de los investigadores e investigadoras, lejos de pertenecer a una élite selecta, cada vez más frecuentemente proviene de sectores medios y populares. Esto los hace sensibles a las problemáticas de la gente común, por una razón simple: los académicos y las académicas tenemos formaciones especiales, pero somos gente común. 

En la medida en que se refuerce el vínculo entre las y los científicos y las sociedades de las que emergen, las agendas de investigación se enfocarán más auténticamente en la solución de problemas comunes. A la par, mientras más se reconozca a los investigadores como parte orgánica de la sociedad, más bienvenida y apreciada será su labor. 

La diferencia entre las ideologías de izquierda y de derecha en este aspecto es muy clara: mientras las derechas caricaturizan a los científicos como una élite tajantemente diferenciada de la sociedad que los financia, una perspectiva de izquierda reconoce el motor fundamental de la educación pública en la generación del conocimiento. Con ello aprecia a la comunidad científica como parte indisociable del pueblo y aliada incondicional de sus más dignas causas.


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Violeta Vázquez-Rojas
  • Violeta Vázquez-Rojas
  • Lingüista egresada de la ENAH, con doctorado por la Universidad de Nueva York. Profesora-Investigadora, columnista y analista, con interés en las lenguas de México, las ideologías, los discursos y la política.
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