La detención del general Salvador Cienfuegos y la pausa en el proceso de Genaro García Luna parecen cambiar los reflectores, de un personaje a otro, a la hora de poner rostro a los peores años de la fallida lucha contra el crimen organizado en México.
Sin embargo, y más allá del afán perseguido por Estados Unidos, existen claras diferencias que pueden verse a distancia, partiendo del origen: uno proveniente de una extinta corporación y el otro de las Fuerzas Armadas, institución firme y determinante para nuestro país.
Fuera de que la defensa legal la encabeza la misma firma de abogados, la figura de García Luna está lejos de valer comparación.
Como lo describe el periodista Francisco Cruz Jiménez en su libro El señor de la muerte, lejos de una carrera policial destacada, a García Luna lo persigue un oscuro pasado.
Aprendió en el camino que la información privada vale mucho, y que la sistematización de la misma le podía redituar muy buenas ganancias.
El autor asegura que los 5 millones de fichas o expedientes de policías, empresarios y políticos, que reunió antes de irse del país, podrían ser su moneda de cambio para una eventual liberación como testigo protegido.
Gracias a que aprendió a negociar con los secretos, podría librar la prisión.
Ahora que Estados Unidos lo capturó antes de que lo hiciera México, volvería a negociar, ahora con sus captores, y sus fichas son valiosas, si todo lo dicho es verdad.
Solo que el camino de su libertad se oscurece al salir por la puerta, anticipa el libro de Cruz Jiménez, porque lo que diga a cambio del perdón, en calidad de testigo protegido, lo haría traicionar a políticos o delincuentes peligrosos.
Algo que nos remite a la historia de Guillermo González Calderoni, quien tras el sexenio salinista se fue con 400 millones de dólares a los Estados Unidos como testigo protegido, pero fue como condenarse a muerte, porque ésta le alcanzó al poco tiempo.
Así, a unas semanas de que se reanuden las diligencias de su proceso, García Luna y su defensa deben decidir en medio de la encrucijada; entre dos caminos nada deseables.
