La ecología y la contaminación son dos términos utilizados en demasía; desgraciadamente más en discursos que en acciones.
Nadie en su sano juicio se atreve a contradecir las frases conocidas y hasta cierto punto trilladas del discurso ambientalista de funcionarios públicos, organismos ciudadanos, personajes famosos, ecologistas y sobre todo los que fingen serlo para llevar agua a su molino.
No hay manera de negar que estamos muy mal en la calidad del aire que respiramos, no hay manera de negar que los ríos están contaminados, que estamos abusando del PET, que en el confinamiento de la basura estamos en pañales, que usamos demasiado el automóvil, que no ahorramos agua y de más.
En realidad estamos lejos de resolverlo, aunque el problema está sobrediagnosticado, porque el enfoque es erróneo. El primer error es asumir que la solución está en los gobiernos, porque éstos, sobre todo en nuestro país, salvo contadas excepciones, acostumbran sancionar con dinero lo que no pueden frenar con el convencimiento.
Como ejemplo más cercano está la idea externada por el actual gobierno estatal desde la COP26, sobre la creación de un impuesto para aquellas industrias que con sus procesos contaminan la ciudad metropolitana. El otro poder, el Legislativo, propone en cambio dar un incentivo económico a las empresas que mejoren en el rubro. Pensar que ya existen normas y sanciones para quienes las violen; si tan solo se aplicara la ley ya existente, otra cosa sería.
Eso hacen los políticos; por eso ellos no son la solución. La otra falla es pensar que con protestas masivas y estridentes llegaremos a acuerdos valiosos; pasará lo mismo que con el turismo ecológico que reúne a mandatarios y figuras de relumbrón para hacer tratados y pactos que luego se vuelven letra muerta. El tema va más allá de la retórica.
¿Por qué no vamos más allá del discurso que endulza el oído o de aquel que solo siembra la división?
En México hay dependencias y presupuestos por todos lados, en los tres niveles, bajo la etiqueta de la lucha por el medioambiente. Los municipios, los gobiernos estatales, el federal y hasta los órganos internacionales disponen de recursos que, por ir en sentidos paralelos o de plano, opuestos, no representan la solución en el mediano plazo.
Cuando nos pongamos de acuerdo y unamos la acción a la palabra será diferente, pero no es cosa de políticos, es de todos como humanos.
Víctor Martínez