En los tres niveles de gobierno y en los partidos políticos no se cansan de hablar sobre la necesidad de modificar la percepción ciudadana. Llenan sus discursos de promesas, campañas, estadísticas que pocos entienden y hasta influencers que repiten lo mismo en tono optimista y con fondo musical.
Hablan de percepción, pero ignoran que la percepción solo cambia cuando hay realidad que la respalde.
De qué sirve tener una flotilla nueva de camiones recolectores si la basura sigue acumulándose en las esquinas. ¿De qué sirve estrenar patrullas si la gente vive con miedo y no hay respuesta al llamado de auxilio?, o en contraparte los responsables de la vigilancia vial se dedican a depredar el bolsillo de los automovilistas o transportistas.
Una ciudad no se limpia con propaganda, ni a pesar de todo el apoyo que le inyecten desde otras instancias de gobierno.
Una sociedad no se protege con conferencias de prensas mañeras, que lo único que sirven es para demostrar “apoyos ciudadanos y espontáneos” mediante el miedo de ver un recorte en la nómina municipal.
Una comunidad no se reconstruye con spots en redes sociales en donde la demagogia es el mensaje central.
Lo que verdaderamente transforma la percepción es la acción concreta, la conducta honesta, la solución visible. Pero en este país, desde hace mucho, el clientelismo ha secuestrado la verdad, y el poder en turno se aferra a imponer su versión de los hechos como si todos debiéramos aceptarla sin cuestionamientos.
Y no.
Un sector cada vez más amplio de la ciudadanía no se traga el cuento.
No les basta ver una rueda de prensa mañanera con gráficas coloridas si en la farmacia del IMSS faltan medicamentos. No se creen el discurso de la “república austera” cuando cada año salen a la luz contratos multimillonarios entregados sin licitación.
Esa es la gran grieta del poder que simula: Puede pagar influencers, encuestas, medios, campañas.
Pero no puede mentirle a quien camina las calles todos los días y que sortea una cruel realidad para salir adelante.
La percepción se puede diseñar.
La realidad no.
Y tarde o temprano, la segunda destruye a la primera.
Porque en esta época de datos, redes, y voces que ya no callan, la simulación ya no es sostenible.
Y si el poder lo olvida, la ciudadanía se lo recuerda.