Sé que hablaremos de los temas que la cinta Barbie pone sobre la mesa por mucho tiempo, pero hoy me concentro en el efecto que esta maravillosa cinta de Greta Gerwig ha sido observado en nuestro país que tiene todo y nada que ver con los conflictos sociales que descubre la cinta. Primero hablemos del fenómeno del vaso rosa, el cual como si fuera boleto para Taylor Swift en
Ticketmaster “desapareció” de los cines para ser revendido antes de la primera función del pasado jueves. Cualquier estudiante de mercadotecnia que vea cómo la cinta se burla de esta materia con el mejor ejemplo de “una necesidad creada” de los últimos tiempos podría hacer su tesis de este tema.
Luego está el tema del efecto cosplay, o de la gente que decidió vestirse de rosa para ver la película y el bullying en redes a quien esa horrible masa de jueces de lo “estético” determinaron NO atractivo. Quien vea la película sabrá que esta es, entre otras cosas, una crítica de lo que “debemos” ser, en lugar de lo que somos. Punto para quien se sintió fabulose en rosa.
Y, como siempre, a quienes reseñamos de manera muy positiva la cinta nos tocó la ira de varias madres y padres de familia, quienes no entendieron por qué la película de muñequitas no era para niños.
No importa que la clasificación lo diga y el trailer deje clarísimo que aquí hay temas mucho más allá del plástico. El enojo por lo que muchos perciben un “engaño” solo fue superado por el de quien no consiguió su vasito rosa.
No debería sorprenderme esto, porque hasta en Oppenheimer me tocó un niño llorando, pero la capacidad de indignación y el deseo de burla me hizo el fin de semana, cuando alguien en redes se burló de mi análisis sobre lo existencialista de la cina de Warner: “Cálmate Moscatel, es somos Barbie˝, a lo cual yo no pude más que responder: “Y tú eres solo Ken”, dejándome al borde de la carcajada todo el fin de semana.