Una persona llega a un restaurante de carnes cualquiera de la ciudad de León. Durante el tiempo que tardan en asignarle mesa, escucha a dos clientes que también esperan; se entera que los hijos de ambos van al mismo colegio y que pronto, en el verano, hay un viaje al extranjero. Escucha además de las fabulosas clases extraescolares que toman martes y jueves, a eso de las cinco de la tarde, en un centro deportivo de la ciudad.
A nuestro cliente le asignan mesa, ordena y espera a que llegue su comida. A la mesa de junto llega una pareja de entre 40 y 50 años de edad; piden unas empanadas criollas, una arrachera de avestruz, una lengua en salsa verde, una copa de vino tinto y una cerveza.
Quince minutos después, llega a la mesa de la pareja una tercera persona, a quien, para fines de esta narración, llamaremos el “Agregado”. Pidió solo una cerveza porque había desayunado tarde con un proveedor.
El trío era originario de la Ciudad de México, pero tenían negocios en León. Ella contó que su hermano tenía una casa bellísima con alberca en Cuernavaca y que, aunque el calor en esta época era muy intenso, Guanajuato ofrecía una gran calidad de vida. Quien al parecer era su esposo, habló muy poco… y el Agregado habló mucho.
El Agregado estaba en trámites con una inmobiliaria para comprar una casa en León, por la que pagaría 10 millones de pesos, misma cantidad que costaba su casa de menor tamaño en la Ciudad de México. Los negocios iban tan bien, que comprar una casa no significaba vender la otra.
En algún momento apareció el capitán del restaurante, quien saludó alegremente al Agregado, a quien le dijo que el sábado pasado “le había fallado” y que lo habían extrañado.
Los datos estaban completos. Cualquiera que quisiera obtener dinero fácil había encontrado a una posible víctima de extorsión (el Agregado). Sabía que podía pedirle al menos diez millones de pesos.
Aun cuando el espacio entre las mesas era razonable, el trío habló a un volumen suficiente como para que todos a su alrededor conocieran de su capacidad económica, lugares frecuentes y otros detalles que no vale la pena exponer.
¿Se trata tan solo de una invasión auditiva a los espacios de convivencia o de autovulnerar su seguridad?
Lo más valioso que tenemos es nuestra información personal y sin darnos cuenta, la ponemos en riesgo constantemente, lo mismo en lugares concurridos que a través de redes sociales.
A los delincuentes les basta irse a dar una vuelta a los lugares de moda o utilizar su computadora para conocer el poder adquisitivo, número de integrantes de la familia, marcas y colores de automóviles, lugares que frecuenta y un sinfín de información que facilitan las extorsiones… y la gran mayoría de las ocasiones, logradas sin moverse de una silla.
Se trata de información que regalamos sin que incluso, sea necesaria una solicitud de amistad por medio en nuestras redes, ante el poco cuidado que tenemos al implementar filtros de privacidad.
No hace falta ser un experimentado delincuente para saber a quién es factible extorsionar: la ciudadanía hace dos tercios del trabajo.
Cuidado, no vaya siendo que una comida amigable, con la audiencia equivocada y cuya foto luego subimos a redes sociales, nos haga blanco de una extorsión.
La prevención inicia en casa y en familia.