Siempre quise ser policía. A diferencia de otros niños que al crecer cambian de vocación, mi sueño tomó forma y fuerza, lo que hoy defino como vocación.
Terminé la licenciatura en derecho, porque visualicé que para ser un policía profesional, debía ser universitario. Pero no fue fácil: cuatro intentos para ser aceptado como cadete.
Me gradué de la Academia Superior de la Policía de la Federación, con perfil de investigador y fui asignado a la División Antidrogas. En 2015 fui comisionado al Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México, en una época en la que a diario había aseguramientos.
El 16 de junio de 2016 parecía un día normal de trabajo, en el que implementamos un operativo para “vuelo sensible”, que en este caso era proveniente de Caracas, Venezuela. Yo vigilaba el desembarque del equipaje de la aeronave, que debía llegar a las bandas de entrega a pasajeros. Para mi extrañeza, pero no inocencia, vi que dos empleados separaban varias maletas y las subían a una camioneta de la aerolínea.
Podría ser un procedimiento “normal”, porque ¿quién sospecharía o por qué se pondría en duda las actividades de dos empleados subiendo equipaje a un vehículo de la propia empresa?
Yo sí dudé. De inicio noté que las maletas eran similares entre ellas. Sin perder la compostura y en apego a la normatividad, cuestioné por qué no estaban siendo enviadas directo a la banda de reclamación de equipaje; me respondieron que iban en conexión y que la trasladarían a otra zona. Tenía lógica, pero no podía dejar de lado mi instinto y experiencia policial. Les pedí esperar el resto del equipaje e ir juntos al área de bandas. Al ingresar las maletas a la sala de reclamo, se solicitó apoyo de un supervisor de la aerolínea, quien nos dijo que las etiquetas de identificación eran falsas y no coincidían con los nombres de pasajero alguno.
Mi corazón latió con fuerza.
Junto con trabajadores de la aerolínea, llevamos el equipaje al área de rayos x y vimos la imagen de una sustancia ilegal. Eran 545 paquetes dentro de ocho maletas, con un peso aproximado de 645 kilogramos de cocaína. Nunca antes se había logrado asegurar tal cantidad en un solo embarque.
Sin esperarlo, un servidor público, se acercó a mí con teléfono en mano y una actitud intimidatoria: “el señor quiere hablar contigo para arreglarse”. No ahondaré en detalles, pero gracias a la correcta actuación de mis compañeros y compañeras, detuvimos a todas las personas que pudieron estar involucradas en el evento, al menos en México. Los responsables fueron sentenciados por un juez, dependiendo su nivel de participación, incluyendo a servidores públicos. Las acciones de una persona no definen a toda una institución, además de que las acciones que verdaderamente logran un cambio, son aquellas que permanecen en el anonimato. Con mucho orgullo, con mi estrella intacta en el pecho, afirmo con la frente en alto que soy un vencedor, que nunca traicionó sus principios y la lealtad que le debo a México.
Relato basado en la colaboración del Suboficial David de la División Antidrogas