En esta ocasión, tal vez abusando del espacio que me brinda este medio de comunicación, comparto una experiencia muy personal.
Mi madre tenía varios días con dolor de abdomen, vómito y fiebre. Inicialmente creíamos que se trataba de una intoxicación por mariscos y bajo ese prejuicio, acudió a dos médicos particulares. Le recetaron algo de antibióticos y para el vómito. Sin embargo, ya ni el agua la toleraba y el dolor iba creciendo.
Con otra opinión médica que nos indicó que ya no había tiempo que perder, solicité referencias de a dónde podía llevarla.
“Hospital General de Silao”, me dijeron. Por un instante dudé, pues en mi familia los hospitales públicos no eran considerados una opción. A pesar de ser derechohabientes, en el pasado se había optado por invertir recursos familiares en hospitales y médicos privados. Entendíamos que los servicios públicos estarían saturados y que si había el recurso (aunque en ocasiones se convirtiera en deuda), había que esforzarse.
Pero la duda no duró más que un minuto.
Al llegar por urgencias, se dieron cuenta que era algo relacionado con la vesícula. Le hicieron estudios y determinaron que había que operarla lo más pronto posible.
Al salir de la cirugía, que duró más de lo imaginado, el Doctor nos dio una de las noticias más complejas de entender para el cerebro: la vesícula se le había perforado, la bilis se había regado y había choque séptico. Existía posibilidades de que falleciera.
Las siguientes horas transcurrieron en la sala de espera de urgencias y al exterior del hospital.
Llegó algún joven con una varilla encajada, una mamá primeriza que sentía que ya era hora, una señora mayor con malestares y una pequeña a la que se le había movido la prótesis ocular. Los que se retiraban pronto, lo hacían aliviados y tranquilos.
Fueron horas difíciles, en las que no había más que esperar a que la paciente reaccionara de la mejor forma, que su cuerpo fuera fuerte y venciera la infección.
Y así fue. El buen trabajo de los médicos, las enfermeras y las plegarias, surtieron efectos.
Tanto por el procedimiento como por el tratamiento con antibióticos, se quedó ocho días hospitalizada. Cuando estuvo animada para hablar, lo primero que dijo fue que estaba muy agradecida con los doctores y que nunca antes había sido tratada de forma tan cálida en materia de enfermería.
Apenas el año pasado la habían atendido por una neumonía en hospital privado y en la memoria le quedaban los regaños de las enfermeras. No había punto de comparación con la amabilidad y calidad humana que en esta ocasión recibió, las visitas de los médicos y los monitoreos constantes.
Y es el mismo trato que ella escuchaba que recibían las y los demás pacientes, tanto en urgencias como en recuperación. Para mis familiares en otros estados del país, era sorprendente (y envidiable) la atención recibida.
Toda esta tormenta ocurrió exactamente la misma semana en la que se discutía la adhesión de Guanajuato al “Instituto de Salud Para el Bienestar”, había señalamientos contra un director de hospital por ser el supuesto causante de desabasto en la Ciudad de México y se presentaban manifestaciones en otros estados de padres con hijos con cáncer ante la falta de medicamentos.
No quiero imaginar la angustia de esas familias ante la falta de servicios o medicinas (¿desabasto?), médicos a los que no les llega su pago o que enfrentan acusaciones incomprensibles.
En mi caso personal, tampoco quiero imaginar qué hubiera podido pasar si no la hubiera llevado a ese Hospital.
Hoy, con un nudo superado en la garganta, entiendo lo que significa defender el sistema de salud estatal de Guanajuato, porque entiendo de primera mano su calidad, porque hoy puedo decir que gracias a la inversión y a la buena administración, a mi madre le salvaron la vida.
De corazón, gracias a todos y cada uno de ustedes, doctores, doctoras, enfermeras, enfermeros y personal administrativo. Gracias por su vocación y amor a esta profesión.
Porque gracias a ustedes, familias como la mía, hoy pueden seguir adelante para enfrentar nuevos retos, porque sabemos que hay un sistema de salud fuerte con el que podremos contar.
Puedo constatar lo que en cifras se asienta: el Sistema de Salud de Guanajuato es el mejor del país y el nivel de sus recursos humanos, materiales e infraestructura lo pone por encima de centros privados y públicos no solo en México, sino también en Latinoamérica.
De nuevo: gracias.