En algún lugar leí que hay sociedades que se enferman de violencia.
Esto significaría que se llegó al punto en el que se piensa que la violencia es un mecanismo válido para resolver diferencias.
¿En dónde se gestará esta enfermedad? ¿Estaremos ya infectados? ¿Surgió de repente? ¿La provoca el gobierno? ¿La provoca la delincuencia? ¿Nuestro hogar está libre de dicha enfermedad?
No hay momento más oportuno para reflexionar sobre este tema que el presente, especialmente cuando pensamos en la compleja realidad nacional y en los cambios que se requieren hacer hoy para un futuro con mayor paz y armonía.
Adicional al ámbito laboral, social, la equidad de género y otras condicionantes de la violencia, es prudente pensar en primera instancia en la niñez.
En México, el 40% de las personas adultas considera que es justificable golpear a un niño si se porta mal, mientras que el 23% de la población afirma que es parte de la educación. Prácticamente este grupo opina que los golpes son válidos y “normales” cuando de educar a un niño se trata.
“Más vale una nalgada a tiempo que un delincuente en la cárcel”, se escucha decir que la sabiduría popular. ¿Será correcto? No dudaría en pensar que a muchos de los delincuentes a los que actualmente se busca disuadir con un consejo de la autoridad familiar le tocaron unas cuantas nalgadas, cinturonazos y hasta chanclazos, sin que esto fuera evidentemente efectivo o que en su época adulta sean medios viables para corregir conductas.
Y es que el castigo físico contribuye a modificar momentáneamente el comportamiento y no a cambiar una conducta a largo plazo. Es decir: la nalgada adiestra conductas, pero no construye personas conscientes.
Y ello nos lleva a otros datos lamentables.
En México mueren a diario cuatro niñas, niños o adolescentes por causas relacionas con la violencia interpersonal, mientras que muchos otros son hospitalizados por lesiones.
En el caso de homicidios de niños, niñas y adolescentes, el 76% corresponden al género masculino, mientras que el 24% fueron niñas y mujeres adolescentes; el grupo más vulnerable se encuentra entre los 12 y 17 años de edad.
Ahí está en términos prácticos, el saldo de la enfermedad llamada violencia.
¿Cuál es la cura? Soluciones hay muchas. Remedios también.
Si el caso específico es contar con una vacuna para evitar que la enfermedad caiga en nuestro hogar y en nuestros hijos, tendríamos que pensar en desarrollar habilidades para la vida, que les permitan adaptarse a las exigencias y dificultades de la vida, evitando la violencia como un método de resolución de conflictos.
¿Cómo podemos sanar desde casa a nuestra esfera social?
Las herramientas son el autoconocimiento, la empatía, la conciencia social y la comunicación asertiva, la fuerza para decir “no” cuando es necesario, elegir para que las cosas sucedan en lugar de dejar que nos suceda, considerar los riesgos de nuestras decisiones y finalmente, considerar que aunque no es posible evitar los conflictos que pudieran presentarse, si es posible decidir utilizar o no la violencia.
La violencia es contagiosa. Y la cura en gran medida, no está afuera, sino en nosotros mismos.