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En memoria de Angélica

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  • Sophia Huett

Me resulta complicado escribir para algo que se difundirá para este 10 de marzo.

Son días intensos en el legítimo reclamo que hacen las mujeres a vivir una vida libre de violencia.

En este espacio hemos reflexionado y documentado distintos aspectos de la violencia, especialmente contra las mujeres, pero hoy debe ser un caso distinto.

Por ello hago un homenaje a una mujer que no conocí, pero cuyo recuerdo sigue en mí como el primer caso de feminicidio que me impactó emocional y psicológicamente.

Se llamaba Angélica. Tenía 27 años y fue madre de dos niñas. Vendía Nextel para llevar dinero a casa. Estaba cansada del maltrato que recibía de su esposo y pensaba en el divorcio. El 3 de abril de 2005 comenzó una discusión más. Al notar un mayor grado de agresividad, Angélica envió a sus hijas a su habitación.

En medio de los golpes por parte de su marido, llamó a su mejor amiga Ana para pedir auxilio. Para su pesar, la llamada no fue contestada y entró la grabadora.

En 58 ocasiones Angélica fue agredida con objetos punzocortantes, sin que las súplicas de las niñas pudieran hacer algo para que su padre se detuviera.

La prensa relató en aquel momento, que una de esas 58 heridas fue la que literal, le partió el corazón y terminó con su vida.

El agresor se limpió, tomó a las niñas y se fue a casa de sus padres.

Ante la ausencia de Angélica y los audios de desesperación que captó la contestadora de su teléfono, Ana acudió a las autoridades.

El agresor fue detenido y enviado a prisión. Aunque argumentó “legítima defensa”, recibió una sentencia de más de 30 años.

Ante una familia materna ausente, a las niñas se les dio como destino el hogar de los papás del agresor, es decir, sus abuelos paternos.

Este caso ocurrió hace 15 años y de alguna u otra forma me acompaña desde entonces. Tengo presente el rostro de Angélica por un recuerdo de su novenario que Ana me regaló. Sin haberla conocido, su ausencia me afecta, especialmente cuando pienso qué diferente sería su vida, si estuviera viva.

Tendría 42 años y vistiendo de morado, podría haber participado junto con sus hijas, en las marchas del domingo. Tal vez incluso habría decidido no ir a trabajar el lunes.

Podría haber completado su deseo de divorciarse e iniciar una nueva vida, una vida distinta y seguramente más feliz.

Ella tenía la fuerza de sacar adelante a sus hijas, había crecido sin una red de apoyo familiar y era alguien que deseaba superarse y cambiar su vida para bien.

Desde que Angélica murió, el Estado ha logrado avanzar mucho en programas de prevención, atención, contención y apoyo a las mujeres víctimas de violencia (con algunos retrocesos como el recorte de recursos), así como en procuración e impartición de justicia con perspectiva de género. Pero este trabajo no sirve de nada, si la sociedad no avanza también en el respeto a las mujeres y un cambio de mentalidad.

Al agresor de Angélica no lo entregó su familia. Lo buscó la justicia y lo puso tras las rejas.

El caso, que es ejemplar en cuanto al sistema, no logró disuadir que se presentaran nuevos feminicidios: sigue pasando.

Angélica no está. Alguien en su propio hogar, le quitó su derecho a vivir. Levantar la voz por ella y muchas más, no es de derecha o izquierda, es un derecho.

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Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de Notivox DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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