Los pensamos como los más hábiles, peligrosos y desafiantes criminales; pero no son sino una bola de flojos.
Hombres en su mayoría, jóvenes o maduros, en libertad o peor aún, desde el interior de un penal, que comparten al menos un par de rasgos: son cobardes y holgazanes.
Con una base de datos vendida por otro corrupto que quiere dinero fácil, información obtenida de internet, un teléfono, una computadora, una motocicleta o unos papelitos, son todos unos huevones.
Desde hace ya algunos años, vivir amenazando y engañando a la ciudadanía trabajadora, se les está convirtiendo en una costumbre.
“Su jale” del día es dejar papelitos en los negocios y pedirles un porcentaje mensual y una “anualidad” (así de cínicos) al propietario. Otros, estando por las rejas, crean un engaño telefónico en el que plantean un secuestro (virtual), roban cuentas de whatsapp para pedir dinero a los contactos para pedir dinero con el pretexto de una emergencia, atosigan como merolicos al dependiente de un negocio con la amenaza de una “fuerte multa”, engañan a empleados domésticos que sacan las joyas del hogar para “salvar al patrón de un asunto delicado”.
Tantas modalidades como se les ocurran y como les vayan funcionando.
Se sienten con el derecho de exigirle dinero a quien a pesar de la pandemia, pudo mantener su negocio a flote, al campesino que tiene dinero para la siguiente siembra, a la familia que vive al día y con esfuerzos buscan lo mejor para sus hijos.
Se creen muy malos, hablando sin parar y con groserías del otro lado de la línea, fingiendo voces, utilizando sudaderas con gorro para dejar en su fotito papeles amenazantes y con plazos para que la víctima se comunique a un teléfono.
Pero no son sino unos cobardes que buscan dinero ajeno para cumplir sus caprichos que está demostrado, siempre serán momentáneos.
Esa deuda que la víctima adquiere con familiares y vecinos para pagar “la emergencia”, va a dar a pura estupidez: alcohol, drogas, armas, balas y el absurdo ego del “dueño de un territorio” para terminar de todos modos en la cárcel o muertos.
Trabajar para una pandilla o ser parte “del cártel” no es trabajar: es ser un holgazán que vive a costa de los demás. Tampoco es trabajo vender drogas, parado en una esquina, creyendo que se puede llegar a criminal legendario, cuando no son más que carne de cañón de fácil sustitución por otro incauto que cree que en el crimen hay futuro.
México se volvió un país con una delincuencia huevona. Con delincuentes que le quitan su dinero incluso a los más pobres, que acaban con zonas comerciales luego de que los propietarios ya no tienen de donde seguirles pagando “su sueldo” o que por el puro miedo, bajan la cortina.
Pero además, son flojos tontos. En su vorágine no logran comprender que un comercio cerrado es un ingreso menos para propietarios y trabajadores e incluso también para los consumidores de droga que también los sostienen.
¿Qué hacer?
Urge que desde los penales dejen de salir estas llamadas, que las empresas telefónicas dejen de regalar la información de la ciudadanía y que ante la sospecha de una llamada criminal, corten la línea. Urge también que todas las cuentas bancarias en las que se exige el depósito sean cerradas de inmediato.
Urge que quienes recibamos este tipo de llamadas, haya pago o no, denunciemos. Y que en los casos de la extorsión presencial confiemos los unos en los otros y se presente también una denuncia.
Si seguimos haciendo las cosas de la misma forma, tendremos los mismos resultados. Urge que hagamos equipo autoridades y ciudadanía y confiemos más, los unos en los otros.
Y a ver si así, ya se ponen a trabajar.
Sophia Huett