Regresaba de una reunión a mi oficina, conocida por todos como “Bombas”, que no era ni más ni menos, que la sede de la División Antidrogas en la Ciudad de México.
Fue entonces cuando tembló la tierra. Nos dijeron que muy cerca de la oficina había una escuela que había sufrido fuertes daños y requería apoyo. Tomamos algunas herramientas y acudimos al lugar que sería uno de los más dolorosos símbolos del sismo del 19 de septiembre de 2017.
Cuando llegamos al Colegio Rébsamen, el panorama era desolador. Había un gran desorden y no era claro cuántos niños se encontraban bajo los escombros.
Comenzamos a organizar a la gente que estaba ahí, a controlar las crisis nerviosas y trabajar en una de las tareas más difíciles de mi vida.
Conforme iban saliendo los cuerpos de las y los pequeños, los íbamos acomodando. Limpiábamos un poco su rostro y tomábamos datos generales de su vestimenta y características, para que después pudieran ser reconocidos por sus padres.
Tristemente no fueron ni uno ni dos, sino más de 20. Y conforme el día iba avanzando, el espacio se volvía insuficiente.
Tuvimos que comprar hielo, bolsas y colocar lonas, para conservar los cuerpos lo mejor posible.
La noche se acercaba y necesitábamos más luz. Uno de mis compañeros me pidió ir a buscar otro reflector. Al salir a uno de los patios, vi a un compañero de Policía Federal, quien me preguntó en qué me podía apoyar. Me pareció raro, porque no había llegado con nosotros, iba uniformado y pertenecía al sector de carreteras.
Minutos más tarde, supe que también era un padre de familia que buscaba a su hijo. Con las características que me comentó, supe quién era su pequeño, también fallecido.
Cuando entró a identificarlo y lo vio, negó que se tratara de él. Incluso sacó su celular y nos mostró la foto de su niño de seis años. Para nosotros era evidente la coincidencia, pero él estaba bloqueado. Tardó algunos minutos más en aceptar la dolorosa realidad de que se trataba de su hijo.
¿Qué le dices a un compañero mientras vive uno de los momentos más dolorosos de su vida?
Y así como él, siguieron otros padres y madres de familia.
Fuimos entregando los cuerpos de niñas y niños al Servicio Médico Forense. También había fallecido una persona que hacía labores de intendencia, a quien me tocó ayudar a cargar para que se la llevaran.
El contacto con su cuerpo, sin vida, fue lo que más me estremeció. El roce, su peso, la ausencia de vida, me llenó de una sensación de pesadez, tristeza y temor.
En mi carrera como policía he visto los escenarios más violentos, homicidios con saña y tristes finales para los delincuentes que se creyeron todopoderosos. Pero esto era distinto.
Se trataba de niños indefensos que, de un minuto a otro, probablemente se llenaron de miedo y perdieron la vida. Eran padres de familia que nunca estarían preparados para el gran dolor de perder a un hijo.
Ese 19 de septiembre de 2017 viví una de las experiencias más difíciles y dolorosas.
Tuvo que pasar más de un mes, la solidaridad de mis compañeros y los abrazos de conocidos y desconocidos, para poder procesar este difícil momento que también como policía, nos tocó vivir.
Porque proteger y servir, es nuestra misión.
Sophia Huett