El problema no es la inteligencia artificial ni las redes, sino la astucia y el cinismo natural del ser humano en el tercer plano lo que no deja de asombrarnos.
La ilustradora colombiana Geraldine Fernández presumió haber trabajado en la película “El niño y la garza” de Studio Ghibli y Hayao Miyazaki. Su historia épica fue retomada incluso por la prensa de su país, como Caracol, El Tiempo y El Heraldo. Pero su nombre no figura en los créditos de la película y en redes sociales se le acusó de plagio. Tras viralizarse, convertirse en tendencia que rebasó fronteras y sujeta a una fuerte presión mediática, terminó por admitir que todo lo había inventado.
El caso, visto en retrospectiva y desde afuera, sonaba bastante inverosímil. Por ejempló, aseguró que creó 25 mil fotogramas que se incluyeron en la cinta ganadora del Globo de Oro a Mejor Película Animada. “Hoja por hoja, escena por escena, todo a mano, algunas cosas eran digitales”, relató.
Por si eso fuera poco agregó a su historia detalles tales como el que hizo una maestría en la Universidad de Tokio, que Miyazaki la llamaba “la colombiana” y que tuvo contacto directo con el realizador en al menos tres ocasiones.
El gran problema es que de inicio a nadie se le ocurrió verificar la información. Al menos no a los medios “serios y tradicionales”, quienes publicaron su historia de éxito… pero si a varios internautas a quienes les saltaron alertas rojas. Ahí explotó la realidad.
Usuarios de redes comprobaron (ellos sí) que el perfil de Geraldine en LinkedIn ostentaba un portafolio con material plagiado. Otros detectaron que las cuentas que arrobó Fernández en redes de Studio Ghibli eran cuentas parodias. Que no aparece en los créditos como lo confirmó Gkidz, la empresa distribuidora en Estados Unidos de la cinta, y que cuando se le solicitó una copia del contrato con el Studio Ghibli, envió un documento en japonés sin relación alguna con lo solicitado.
Se estaba ante un claro caso de “hoax” o bulo, sin duda. La duda es si el hoax es nativo de internet, como se acostumbra a últimas fechas etiquetar todas las falsas noticias.
Pues si bien el embuste fue de primera mano, subido a redes por la propia Geraldine Fernández, fueron los medios tradicionales y sus propios jefes de la empresa Tecno Glass quienes dieron difusión al relato.
Este tipo de usurpación no es la primera situación en su tipo. Basta con recordar a George Santos, congresista republicano que en 2022 afirmó que trabajaba en las consultoras Goldman Sachs y Citigroup y que se había graduado en la Universidad de Nueva York, además de relatar que sus padres eran judíos ucranianos emigrados a Brasil. Nada de eso era cierto. También vienen a la memoria casos en otros ámbitos como el de Anna Sorokin, una joven alemana acusada de fraude por embaucar a celebridades, banqueros y artistas, para darse una vida de lujo. Casos similares se han presentado en Silicon Valley con Elizabeth Holmes, quien estafó con una promesa de análisis de sangres capaces de detectar en una sola muestra varios diagnósticos.
El factor generalizado en todos estos casos es que lo que se señala en las redes se hace en la vida real: creer por el simple dicho de las personas. Sin verificación, sin solicitar evidencias. Al parecer, en el paroxismo de la soberbia, nos creemos capaces de distinguir lo real sin mayores evidencias. Nos hemos convertido en grandes consumidores de información sin tener la capacidad de procesarla o por miedo a cuestionar para no ser acusados de sesgo o discriminación.
Nos olvidamos que no todo es culpa de los algoritmos ni de la inteligencia artificial. Que existe la astucia real y el engaño profesional. Sin distinción de minorías o privilegiados, porque en eso no hay cancelación, pero sí incautos que caen presas de su propia corrección.
*Doctora en Educación. Máster en Artes. Especialista en Cultura con enfoque de género.