El mundo observa atónito y se lamenta del retorno del régimen talibán a Afganistán.
Permanecemos impávidos como espectadores de un filme de terror, sin vislumbrar que la realidad sobrepasa cualquier cinta y que los derechos humanos de millones de personas se están viendo comprometidos y anulados.
Mujeres borradas de la escena pública, aparadores y anuncios eliminando a las mujeres.
Aquellos que se saben los más vulnerables tratan desesperadamente de escapar y salvar sus vidas. No es de asombrar que, de acuerdo con cifras de la Agencia de la ONU para Refugiados en su corte de la semana pasada, ocho de cada 10 de las 250 mil personas que habían logrado huir son mujeres e infantes.
Varias organizaciones en defensa de los derechos de los periodistas se han pronunciado en las últimas semanas para expresar su preocupación por las posibles represalias de los talibanes. Como ha apuntado el subdirector de la Federación Internacional de Periodistas, Jeremy Dear, es un momento “increíblemente complicado”, en el que “muchos temen por sus vidas”. Pero la situación se agrava si eres mujer.
En una entrevista reproducida por diferentes medios, señaló el caso de una familia amenazada por los insurgentes. La única forma que tenían de librarse de la presión miliciana era que su hija, periodista, se casase con un comandante talibán de la zona.
Asimismo, marines, soldados y videos viralizados en redes dan cuenta de madres ofreciendo a sus bebés y a sus niñas esperando que los soldados estadunidenses los metan en cualquier avión y se los lleven de la ciudad o del país.
Adolescentes que nacieron en la libertad, en los 20 años que no estuvo presente el régimen, ahora les espera un matrimonio forzado con un talibán y por eso imploran salir. El miedo que se refleja en sus miradas no es el de un futuro incierto sino la certeza de la desgracia que se cierne en sus vidas.
El equipo femenino de robótica de Afganistán, que entre sus inventos hizo un ventilador de bajo costo para enfermos de covid-19, busca huir del régimen talibán, restaurado tras la salida de las tropas estadunidenses.
Una sociedad acostumbrada al activismo de banderitas y marcos de colores en los avatares de redes sociales comienza a descubrir que esto no bastará para detener a unos extremistas islámicos. Pues una de sus grandes armas en este mundo posmoderno, tan sensible a causas de redes pero nulamente proactiva en la arena de la realidad en el tercer plano, no atina a cómo responder a un grupo de hombres que no se ven afectados por políticas de cancelación o marchas.
Mientras Occidente se debate si en sus centros escolares debe o no permitirse a las mujeres islámicas cubrirse la cabeza, hay adentro algunas dispuestas a dar su vida por la libertad de las generaciones que vienen. Así lo externó Ashtana Durrani, una activista que lucha por los derechos de las niñas afganas, quien declaró que no esperarán sentadas a que ningún hombre blanco venga a rescatarlas. Están dispuestas a dar la batalla.
¿Y Occidente? ¿Y los hombres poderosos dirigentes de las naciones que rigen las decisiones mundiales? ¿Cuánto vale la libertad, la vida de las mujeres en lejano oriente? ¿O esperaremos una banderita más colorida para hacer tendencia en redes?
Por Sarai Aguilar Arriozola*
@saraiarriozola
Doctora en Educación y Maestra en Artes. Coordinadora del Departamento de Artes y Humanidades del Centro de Investigación y Desarrollo de Educación Bilingüe UANL.