La Luz del Mundo se mueve. La inquebrantable fe de los creyentes continúa visibilizándose y materializándose a través de sus actos, de su trabajo, de sus principios y de sus derechos. Uno a uno, los eventos de ceremonias de conversión (bautismos) o de inauguración de templos a lo largo y ancho de los más de 60 países en donde tiene presencia, se publican en las redes sociales de la Iglesia, dejando testigos digitales de esa fe y sus rasgos visibles.
A la par de ese trabajo, desde hace poco más de un mes, los creyentes de La Luz del Mundo fueron convocados por el apóstol de Jesucristo, Naasón Joaquín García, a participar de la ceremonia más importante de la teología de la Iglesia: la Santa Cena. En esta ocasión, el formato no moviliza los miles de creyentes a la sede internacional en Guadalajara, pero abre múltiples sedes semi estatales o semi regionales en todos los países. Por supuesto que la gran mayoría de los creyentes participará de manera espiritual desde sus casas, pero todos, presentes en los templos o en casas, volverán a vivir el instante indescriptible e imperceptible para la razón humana, de volver a ser uno con Cristo, su redentor, su maestro y su salvador.
La Santa Cena de la Luz del Mundo conlleva dos objetivos: el primero, anunciar la segunda venida de Jesucristo; el segundo, restaurar en un instante todo lo dañado, todo lo perdido, todo lo olvidado por el creyente quien, a pesar de su condición imperfecta ante Dios, vive y anhela ese momento que es una oportunidad única en su vida. Por supuesto que para vivir ese momento se requiere de fe. Y la fe de la Luz del Mundo se ha agigantado, se ha engrandecido, se ha fortalecido.
El día de mañana -como todos los 14 de agosto desde hace ya muchas décadas- la oración, los cantos, la meditación, el autoanálisis respecto de los actos y hechos realizados el último año, el arrepentimiento, la confianza y la fe, se mezclarán de modo inimaginable en plena y profunda convicción, en algún lugar de la intimidad entre el creyente y su Creador, para fundirse nuevamente con Cristo. Justo entonces, todo, todo el dolor de este año se habrá ido para dar paso al consuelo prometido por Dios.
Sara S. Pozos Bravo