La presidenta Claudia Sheinbaum ha lanzado con entusiasmo la campaña “México canta y encanta”, una iniciativa que pretende atraer a la industria musical de Estados Unidos y, al mismo tiempo, promover la creación de canciones libres de apología de la violencia. Como parte de esta estrategia, se ha presentado también el concurso “México canta por la paz y contra las adicciones”, un reality show que busca descubrir nuevos talentos nacionales y convertirlos en los próximos íconos de la música mexicana.
Desde la narrativa del gobierno, el objetivo parece noble: cambiar los discursos musicales que glorifican el crimen, las drogas o el culto al dinero fácil. Sin embargo, es imposible ignorar el trasfondo de espectáculo y manipulación emocional que acompaña a esta clase de campañas. El gobierno entiende bien la psiquis de las masas. Sabe que los programas de talento musical generan altísimos niveles de audiencia, sobre todo en las televisoras abiertas que aún dominan en muchos hogares del país. Es una fórmula probada: música, aspirantes soñadores, votaciones públicas y lágrimas en horario estelar.
Este tipo de concursos, disfrazados de política pública, terminan funcionando como el nuevo circo romano. Mientras los verdaderos problemas —inseguridad, desigualdad, crisis de salud y educación— permanecen sin solución estructural, se entretiene a la población con una promesa de fama y redención por medio del canto. Es el viejo truco del pan y circo, pero en versión streaming.
Es cierto que muchos artistas actuales han sido promotores involuntarios de la cultura del narco, y urge una transformación del contenido que consumimos. Pero si la intención es seria, la estrategia debería pasar por la educación musical desde las escuelas, por el fomento al arte en comunidades vulnerables, por el rescate de espacios públicos con proyectos de largo plazo. No basta con montar un escenario televisivo.
Claudia Sheinbaum ha optado por un camino más rápido: darle espectáculo al pueblo mientras se vende la imagen de una presidenta sensible y promotora de la paz. Sin embargo, la verdadera transformación cultural no nace de un concurso musical, sino de un proyecto educativo sólido y profundo. Lo demás es solo entretenimiento con fines políticos.