La reciente visita de Nancy Pelosi a Taiwán desató una fuerte reacción por parte de la República Popular China. Por un lado, trajo como consecuencia el inicio de una serie de ejercicios militares encaminados a planificar una futura invasión de la isla, y a su vez tuvo como consecuencia el cierre de la colaboración entre Washington y Beijing, en temas ambientales, de defensa, migratorios y narcotráfico. En ese sentido, al menos el cierre de colaboración en el ámbito ambiental es una tragedia para el planeta, considerando que se trata de los dos principales contaminantes en el planeta.
Igualmente, los ejercicios militares subsecuentes provocaron preocupación entre numerosas naciones del Pacífico como Japón y Corea del Sur, ante lo que fue una reacción esperada de Beijing para mostrar su desacuerdo ante cualquier intento de cercanía a Taiwán por parte de Washington.
Es por eso que surge la pregunta: ¿Qué buscaba Estados Unidos con esta visita? Hay que recordar que Taiwán es reconocido solamente por 13 miembros de Naciones Unidas y el Vaticano. En esa lista, los tres países con más población son Guatemala, Haití y Paraguay. Y es que mientras en Washington siempre han sido muy cuidadosos en evitar el reconocimiento de la isla, han mantenido intensas relaciones comerciales con ésta y han suministrado considerable ayuda militar.
El hecho de enviar a Nancy Pelosi, líder de la Cámara de Representantes y el cargo número 3 en importancia institucional, permite por un lado dar la imagen de que se trata de una visita de un ente autónomo, pero que al mismo tiempo servía a la intencionalidad política de manifestar un acercamiento con la isla.
Así pues, la visita vislumbra un claro tinte provocador para medir el nivel de respuesta de Beijing. Sin embargo, estas acciones conllevan un riesgo, porque no se puede garantizar la exactitud de la respuesta del rival y arriesgan provocar un aumento de las hostilidades.
Igualmente, es muy arriesgado para Estados Unidos ampliar el nivel de confrontación con China y mantener otro frente abierto contra Rusia en Ucrania, donde Washington es el principal proveedor de armas y apoyo económico del gobierno de Zelensky.
El mundo se encuentra en una disputa por la hegemonía global entre Estados Unidos, China y Rusia, en donde la parte estadunidense no está interesada en un esquema bipolar como en la guerra fría o en algún tipo de multipolaridad como propondría Rusia u otras potencias. La Casa Blanca le apuesta a un proyecto hegemónico en el cual no tengan que compartir espacios con otra potencia. Esta posición encabezada por los neoconservadores que tienen amplia influencia en la política exterior estadunidense no solo es muy riesgosa para la seguridad global, sino puede fácilmente salir de control.
En los años setenta, Nixon y su secretario de Estado, Henry Kissinger, desde una óptica realista, entendieron que era fundamental separar el nodo sino-soviético para poder encarar desde otro ángulo a la URSS. Con otros matices, el politólogo y ex consejero de seguridad nacional de la Casa Blanca, Brzezinski, veía también necesaria una fórmula similar para enfrentar a China en el Pacífico.
En conclusión, es urgente un diálogo que conlleve a la búsqueda de una multipolaridad, en la cual emerjan con más fuerza actores no alineados Washington o con Beijing, solo así se puede replantear esquemas de seguridad global en el que ningún país intente imponer su hegemonía. El mundo lo necesita.
Rolando Dromundo**Doctor en Geopolítica, especialista en espacio postsoviético