Cultura

Jánuca

Hoy, domingo 22 de diciembre y durante los ocho días siguientes, los judíos festejan Jánuca o la Fiesta de las Luminarias.

En hebreo, hanukkah significa dedicación o inauguración, y la celebración se remonta al siglo II a.C., cuando Israel era parte del imperio seléucida y el rey Antíoco IV decidió obligar a los judíos a abandonar su religión con la intención de helenizarlos; para ello proscribió la observancia del judaísmo en favor de los dioses griegos y ordenó la pena de muerte para los transgresores.

Los griegos provocaban y desafiaban a los judíos, y se cuenta que una vez les ordenaron sacrificar un cerdo para uno de sus dioses. Un pequeño grupo de judíos devotos se rebeló y tomaron las colinas de Judea, comandados por Matityahu —Matatías— y después por su hijo, Yehuda El Macabeo, lo que desató las hostilidades. Antíoco envió tropas para sofocar la rebelión y, después de tres años, los macabeos pudieron expulsar a los invasores.

Cuando los rebeldes judíos entraron a Jerusalén encontraron el Templo en ruinas, profanado con deidades griegas. Los macabeos lo reconstruyeron y lo reinauguraron el 25 del mes kislev. Al llegar el momento de encender la menorá —un candelabro de siete brazos— buscaron y hallaron solamente una vasija que llevaba el sello del sumo sacerdote y que contenía un poco de aceite, suficiente para apenas un día. Con eso encendieron la menorá, que iluminó el Templo durante ocho días. Un milagro, según la tradición judía.

En México hay poco más de 67 mil judíos, descendientes en su mayoría de inmigrantes de fines del siglo XIX y principios del siglo XX, y poco antes y durante la segunda Guerra Mundial —aunque no todos pudieron ingresar al país, pues el gobierno de Lázaro Cárdenas limitó su entrada ya que los consideraba inasimilables y una competencia para las empresas mexicanas (véase el libro de Daniela Gleizer, El exilio incómodo. México y los refugiados judíos 1933–1945, El Colegio de México/UAM–Cuajimalpa, 2011).

Sería interesante saber si hay judíos descendientes de los judíos alemanes que el emperador liberal Maximiliano invitó a México durante su breve reinado, de 1864 a 1867.

Hay que decir que presencia judía en estas tierras la ha habido desde la llegada de los españoles. En la tripulación de Cristóbal Colón había conversos, es decir, judíos obligados a convertirse al catolicismo, y dice Salvador de Madariaga, en su apasionante y documentada Vida del muy magnífico señor Don Cristóbal Colón (Espasa Calpe, 1940), que el propio descubridor de América era miembro de una familia de sefardíes catalanes, establecida en Génova después de la persecución de 1391. “Después de que los monarcas españoles echaron a los judíos de sus reinos y tierras, me encomendaron realizar el viaje a India con una flota equipada”, escribió Colón; la fecha para zarpar se había fijado para el 2 de agosto de 1492, que también era la fecha límite para que los judíos abandonaran la antigua Sefarad, donde habían vivido desde siglos antes de Cristo. Así, ese día, miles de judíos tristes y desesperados abarrotaron la zona y el puerto de Palos de la Frontera, entre ellos Alfonso de la Calle, Rodrigo Sánchez de Segovia, Bernal de Tortosa —que recién había escapado de la Inquisición— y Luis de Torres, quien hablaba hebreo y arameo y había aceptado el bautismo justo a tiempo para anotarse en la flota, y Rodrigo de Triana, que fue el que gritó “¡Tierra, tierra!” el 12 de octubre de 1492 a las 2 de la mañana.

Con las huestes de Hernán Cortés llegaron también no pocos conversos o cristianos nuevos —muchos de los cuales seguían siendo judíos en secreto, es decir, criptojudíos o, como los llamaban despectivamente, marranos—, y cuenta Bernal Díaz del Castillo que el conquistador hizo ejecutar a varios soldados al descubrir su verdadera identidad judía, como a Hernando Alonzo, constructor de barcos.

A avanzar la conquista y evangelización del territorio que hoy es México, los judíos formaron cofradías secretas, siempre temerosas de la Inquisición, que juzgaba, torturaba y condenaba a la hoguera a herejes y judaizantes. Fue el caso de la familia Carvajal, cuyo patriarca, don Luis de Carvajal y de la Cueva, El Viejo, converso de origen judío portugués, esclavista y capitán de navíos, fue fundador del Nuevo Reino de León y de su capital Monterrey. Aunque él era un converso sincero y en su familia también los había, incluso frailes dominicos, otros, como su esposa y su sobrino Luis Carvajal, El Mozo, seguían siendo judíos y practicando los rituales de la Ley de Moisés, lo que causó su caída en desgracia.

La historia de esta malhadada familia la narra Alfonso Toro en La familia Carvajal (Patria, 1944).

Hay una importante herencia judía en México que puede advertirse en ciertas costumbres, palabras y alimentos, como lo han señalado historiadores como Eugenio del Hoyo y Ricardo Elizondo Elizondo.

En Monterrey, el Centro Carvajal Sefarad, que dirige Katya Schkolnik, se dedica a documentar e investigar sobre la herencia judía en el noreste mexicano.

Feliz Jánuca, y feliz Navidad, amigos lectores.

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Rogelio Villarreal
  • Rogelio Villarreal
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