Ayer, en la Corte Este de Nueva York, Ismael Zambada se declaró culpable de, entre otros cargos, lavado de dinero, tráfico de drogas y asesinato. Su corta declaración fue elocuente: “Dejé la escuela en sexto de primaria y me involucré con las drogas en 1969, a los 19 años… Estimo que trafiqué 1.5 millones de kilos de coca, casi toda a Estados Unidos, con muchos hombres armados a mi cargo a los cuales ordené matar a mis enemigos y a inocentes. La organización que encabecé promovió la corrupción en mi país sobornando a la policía, a mandos militares y a políticos, que nos dejaban operar libremente. Eso comenzó cuando yo era muy joven y continuó hasta hoy”. Poco después, a través de su abogado Frank Pérez, Zambada hizo un llamado: “A quedarse tranquilos, a evitar la violencia. Nada se gana con regar sangre, sólo se agrandan las heridas y se prolongan los sufrimientos. Le pido a la comunidad mirar para adelante, hacia la paz y la estabilidad, por el futuro de Sinaloa”. Bien bonito, todo; lástima que la inspiración le llegó algo tarde.
Pérez también publicó su propio comunicado: “Puedo decir categóricamente que no hay un arreglo bajo el cual mi cliente esté colaborando con el gobierno de los Estados Unidos o con ningún otro gobierno”. Muy curiosas, las aclaraciones, sobre todo si vemos que, del poquísimo tiempo que Zambada tuvo para hablar antes de ser encerrado por el resto de sus días —la gravedad de los cargos así lo manda—, usó un buen cacho enfatizando lo mucho que corrompió a policías, militares y políticos mexicanos. Hay que decir que no exagera; cuando los Beltrán Leyva se escindieron del Mayo y del Chapo, todos los anteriores se dedicaron a comprar generales para azuzarlos contra sus rivales: a partir de 2008 o 2009, nada era mejor premio que ser destacamentado como comandante en Sinaloa, Durango y anexos. En esos años los capos en México se hicieron la guerra a través de nuestras fuerzas armadas, donde no pocos mandos se vendían al narco que más aplaudía. Como a la fecha.
Hace una o dos semanas la fiscalía gringa anunció que para los tres grandes narcos que están siendo procesados en Nueva York —Vicente Carrillo, Caro Quintero y El Mayo, todos sin acuerdo de extradición previo— no pedirán la pena de muerte. El Mayo cambió su declaratoria a culpable poco después de ese anuncio, así que no se jugaba demasiado evitándose el juicio, y es ilusorio pensar en que las fiscalías, la DEA y el FBI, teniendo en sus manos al más grande depósito de información criminal de la historia moderna de México, le hayan retirado la pena capital así nomás por buenas personas. Sin olvidar que Zambada tiene en México hartas cuentas por cobrar y que hoy sólo tiene una forma de darse el gusto: ayudarle al Tío Sam a que apañe a quienes lo traicionaron, le incumplieron o lo dejaron morir.
Falta mencionar que la administración de Trump, ya habiéndose merendado a buena parte de nuestros capos, parece traer ganas de cenar político mexicano corrupto. Así que, permítanme que tome lo dicho por el abogado Pérez con un grano de sal, pero presiento que de ese cuero todavía van a salir muchos metros de correa fina.