Desde su fundación ha imperado la idea de que el gobierno de Estados Unidos se caracteriza por el respeto a la Constitución y a las leyes; y que ningún presidente puede violar impunemente la esencia republicana y atribuirse poderes dictatoriales.
A México se le señala de haber copiado el régimen constitucional de EUA, estableciendo la república democrática y federal; pero que en la práctica siempre ha estado la voluntad arbitraria del grupo en el poder estuvo sobre la Constitución.
Esas críticas son irrebatibles, pero también lo es que gracias a las acciones de algunos presidentes y siempre con el empuje y esfuerzo social, México avanzó en la consolidación democrática y en la formación de contrapesos institucionales que limitaban el presidencialismo.
Sin embargo, de manera coincidente, con Trump y López Obrador, todo cambió en ambos países.
Hay entre ellos líneas paralelas, como la pleonexia, que en su caso es la codicia obsesiva de poder; y por lo mismo la obstinación de imponer acciones contrarias al bien público y al sentido común.
Ambos padecen el síndrome del mesianismo: son carismáticos, se ven a sí mismos como la encarnación de sus naciones, y se esfuerzan porque se les considere la única opción salvador para que sus países sean grandes y justos.
Desafortunadamente, también los resultados son coincidentes: concentración de poder, quiebras económicas y polarización social; y, finalmente, la desilusión por las promesas de prosperidad incumplidas que puede provocar graves conflictos.
En el caso de Trump el Congreso y la sociedad estadounidense aún están a tiempo de enmendar el camino.
Nuestro caso es más complicado porque depende de que la Presidenta quiera remediar la situación; y si es así habrá de batallar con el Congreso y su propio partido y buscar la reconciliación social y el apoyo del empresariado.