Esta ley postula que a cada acción siempre se opone una reacción igual pero de sentido contrario.
El presidente López Obrador funda su teoría y práctica política en el cambio de régimen y no en la simple mudanza de gobierno.
Cambiar un régimen por otro implica la transformación de la ideología antes dominante; así como las leyes, instituciones y usos que conforman su estructura.
La mutación puede ocurrir por una revolución, o por el fracaso de un régimen cuya ruina demanda la reconstrucción del Estado.
En nuestro caso, se debe a la victoria electoral, pacífica y avasallante, de los convencidos del fracaso del régimen actual y que reclaman la recomposición social.
La lucha del Presidente es contra el neoliberalismo, cuya ideología y prácticas de economía y gobierno privilegian la concentración de la riqueza a costa de la desigualdad y la pobreza.
Por eso el eje rector del Presidente se concretiza en el lema: “Por el bien de todos, primero los pobres.”
Pero la transformación del neoliberalismo a un Estado de Bienestar Social es una empresa de gran envergadura y notoriamente peligrosa.
Sus antagonistas en el exterior son: el aparato neoliberal, el FMI, el Banco Mundial y las empresas globales.
Y al interior: el binomio del poder político y las grandes fuerzas económicas; y los vergonzantes atavismos nacionales de la corrupción, el clasismo y la discriminación.
De tal manera, a cada acción del Presidente habrá de oponerse una acción de igual magnitud pero en sentido contrario.
Así, pues, son muchos los riesgos e inciertos los resultados de esa multitud de choques.
Pero ante la esperanza de un régimen con Estado de Derecho y justicia social, me sumo a los optimistas críticos que razonablemente confían en que el cambio es para mejorar.