Creo que en Latinoamérica el espíritu de la izquierda progresista es llegar al Estado Benefactor, propio de la socialdemocracia. Como Dinamarca, Noruega, Suecia y Finlandia.
Por otra parte, las mayorías latinoamericanas marginadas del desarrollo social como una reacción en contra de los excesos ostentosos del capitalismo salvaje y la corrupción de los gobernantes neoliberales, están optando por la izquierda.
Por esas razones en México gobierna López Obrador, en Argentina, Alberto Fernández y en Bolivia, Luis Arce; recientemente Chile eligió a Gabriel Boric y Colombia a Gustavo Petro. Probablemente en Brasil triunfe Lula da Silva.
Me parece, siguiendo al juez Baltazar Garzón, que el denominador común de esos gobiernos es que a través de la democracia pueda haber una revolución pacífica para revertir la situación actual y construir, desde la óptica progresista, una alternativa que propicie el nuevo y necesario bienestar social.
Sin embargo, la otra cara del socialismo es la izquierda dictatorial; y en Latinoamérica han predominado los dictadores sobre los demócratas.
Hay, además, un paralelismo entre los presidentes que acumulan poderes para cambiar el orden social y los dictadores.
Por eso, debe temerse que el anhelo de ser los actores del cambio pueda provocar que algunos de los gobernantes latinoamericanos sucumban ante la tentación dictatorial e instauren tiranías como ha sucedido en Venezuela y Nicaragua.
Norberto Bobbio dice que los dictadores se nombran para resolver un conflicto; y su gobierno debe terminar al resolverse el problema.
Pero que cuando el dictador se adueña de un poder mayor al que le fue conferido, pasa de ser dictador a ser un tirano.
En esta encrucijada, deberíamos elegir el camino del humanismo contemporáneo fundado en la democracia, el bienestar general y el respeto a la dignidad de todos, a las libertades civiles y al medio ambiente.
