En términos generales, un proyecto de nación es la estructura conceptual construida con las siguientes bases: la ideología y los objetivos; las definiciones fundamentales del régimen político y de gobierno, y el sistema socioeconómico.
Con ese basamento se elaboran los programas y las acciones adecuadas para alcanzar los fines planteados.
Esto viene al caso, porque el presidente López Obrador reitera que lo suyo es una reforma que sustituya al actual proyecto de nación. Tal reforma implicaría, necesariamente, una nueva Constitución.
Pero la mayoría ignoramos cuáles son los ejes doctrinarios de su reforma y su objetivo primordial.
Lo evidente es la animadversión presidencial a los emprendedores y periodistas; y su afán de eliminar las instituciones democráticas.
Su manifiesta antipatía y sus actos hacen temer que el propósito último sea instituir un régimen del tipo de Cuba, Venezuela o Nicaragua.
El recelo crece porque persiste en sus acciones a pesar de haber fracasado en la realización de sus llamadas decisiones básicas, entre las que destacan:
respeto a la división de poderes, Estado de bienestar, seguridad, honradez y austeridad; rescate del campo y del sector energético, protección del ambiente, fomento del crecimiento económico, y República fraterna.
Además, ahora, la incertidumbre es mayor porque Claudia Sheinbaum promete duplicar los propósitos y las acciones presidenciales.
Por lo anterior, es incuestionable que los ciudadanos deberíamos conocer con detalle cuál es la reforma proyectada por el Presidente y su candidata: cómo, con qué y cuándo piensan realizarla.
El Presidente y Claudia Sheinbaum no deberían dar por sentado que la mayoría quiere un régimen político diametralmente distinto al que nos rige.
De seguro somos muchos los que deseamos un gobierno que, respetando la Constitución y el Estado de Derecho vigentes, restablezca la paz pública y haga posible el desarrollo social equitativo.