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Alcohol

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Estás bebiendo demasiado, me dije en la oscuridad de la noche. Algo tienes que hacer, ¿o te dejarás morir en un chiquero de Tláhuac? He exagerado un poco este inicio para atraer su atención. Si no hay coronavirus, nadie te hace caso. Fui a un edificio alto de Ciudad de México a consultar a un psiquiatra. Los edificios inteligentes son estúpidos, las puertas se cierran cuando deben abrir, los elevadores bajan en vez de subir. Un desastre. Después de un largo rato llegué al consultorio. Me imaginaba un psiquiatra de la clase de Carl Gustav Jung, pero encontré un hombre más o menos joven, digamos 55.

Me decía que le preocupa su forma de beber, me disparó a quemarropa. Mire: una gran preocupación que me mate, no, le respondí. ¿Cuánto bebe?, me preguntó con una cara de pocos amigos. Soy un hombre escindido, le presumí lacanianamente. No le entiendo, me dijo. Me explico, me impacienté, me ponen nervioso los hombres lentos. Le digo: a las 7:30 de la mañana nado mil 800 metros; o bien hago hora y media de cardio con un poco de peso muerto. La palabra muerto lo perturbó, lo sé. Luego trabajo tres o cuatro horas. A las tres de la tarde me tomo dos vodkas; bueno, tres, para no empezar con las mentiras. Luego trabajo toda la maldita tarde y a las 8 o 9 preparo los cañones y me tomo otros dos, tres fogonazos. Leo. Veo tele. Duermo. Un hombre escindido. 

El psiquiatra que no era de la clase de Carl Gustav Jung me dijo cariacontecido: demasiado. La Organización Mundial de la Salud recomienda 5 copas a la semana, me dijo. Me cagué de risa. Es un decir, no sean literales. Me hizo muchas preguntas, miles. Terminé agotado. Va usted a tomar este medicamento que le reducirá el deseo de beber. No deje de tomarlo. No, doctor, bajé la vista avergonzado. ¿Y el hombre escindido, doctor?, le pregunté. Todo a su tiempo, respondió.

Salí del edificio estúpido traspasando cientos de torniquetes, puertas y elevadores. En la calle respiré al fin en libertad. Tomé la receta la arrugué entre mis manos y la metí a un bote de basura.

Estoy en un barecito tomando un vodka muy fino. Soy feliz.  Pensé en Jung: era un mentiroso, se enamoraba de sus pacientes y por eso Freud lo mandó al diablo. Sabina Spilrein, ella sí sabía, las mujeres siempre saben más. Y además Freud le robó la idea de pulsión de muerte. 


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@RPerezGay

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Rafael Pérez Gay
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de Notivox DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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