El proceso de cambio que se está viviendo en México se está acelerando, había un letargo social que duró décadas y concluyó con el hartazgo ciudadano que se manifestó en las urnas en 2018, a seis años del derrocamiento de un régimen no todos le han entendido a esa metamorfosis política y social que se está profundizando cada vez más, cada vez más consolidado el nuevo proyecto que está sentando las bases para asegurar su permanencia varios sexenios más, sin tener enfrente un rival política y electoralmente fuerte y competitivo.
En la primer etapa que es el sexenio concluyente, considerada la instauración del nuevo régimen, se requería un personaje de la talla de Andrés Manuel, con su liderazgo político y social, como ningún otro político o dirigente social o partidista conoce el país a ras de suelo como lo conoce López Obrador desde hace ya 28 años, sabe de las realidades de cada municipio, su problemática, sus actores políticos, sus necesidades, se convirtió en un estadista de facto recorriendo el país siempre cercano a la gente.
Andrés Manuel es un estratega político, prácticamente exterminó a la oposición durante su mandato, es un gran legado que deja a su sucesora que las circunstancias de hegemonía política y legislativa en las que asume la sucesión no se tenían en la época moderna, las tuvo el PRI en los tiempos de su dictadura disfrazada de democracia en los 70´s y 80´s, en el que el sistema de elecciones era todo un control absoluto y no se tenía realmente una competencia electoral, incluso fue la etapa más cruel del gobierno porque no permitía oposición política y surge la llamada guerra sucia que con la fuerza del Estado asesinaba, desaparecía, reprimía a quienes consideraba una amenaza.
La etapa que asume Claudia Sheinbaum es de consolidación y de afianzamiento en el nuevo rumbo del país hacía un modelo social en el que se pone como prioridad del Estado el bienestar de la población a partir del ejercicio de derechos sociales, con una conducción responsable de las finanzas públicas, siguiendo con la austeridad del gasto del gobierno y continuando con un ataque frontal a la corrupción, éstas no son fórmulas mágicas y pueden funcionar en cualquier país como ya se tiene en naciones consideradas de primer mundo, con la ventaja de que al transcurrir de los años instaurando esta cultura y arraigándola durante generaciones los resultados serán de alcanzar los niveles de desarrollo humano y con ello convertirse en una sociedad funcional, como ya se tiene en otras naciones.
Los resultados electorales reflejan una identidad y respaldo social al modelo político y social que representa esta causa, sin la estigmatización ni simetrías de izquierda o derecha que corresponden a cuestiones ideológicas vinculadas a modelos económicos y enfoques sobre derechos de las personas, ese debate está soslayado y oculto por la derecha que en procesos electorales rehuía o simulaba posiciones políticas por una rentabilidad electoral que finalmente conjugado eso con muchos otros factores los llevó a su propio aniquilamiento político.
La etapa política contigua viene muy interesante, en los próximos años la presidenta y su partido no tendrán oposición que le hagan contrapeso político y es prácticamente imposible que en cinco años surja una nueva opción política o se repongan las actuales, la competencia en la disputa del poder saldrá del mismo régimen pretendiendo dividir y aliándose con los adversarios de siempre, es lo previsible porque algunos ya están trabajando para su candidatura del 2030 cuando aún ni siquiera empieza formalmente el 2024.
