Procede la queja de la Federación Mexicana de Futbol denunciando la incapacidad del árbitro costarricense Ricardo Montero durante el partido contra el representativo de Trinidad y Tobago la noche del sábado pasado.
Pero para que la denuncia no se quede en un simple desahogo, bien haría la FMF en exigir un informe sobre los criterios mediante los cuales se selecciona a los silbantes para este torneo y, sobre todo, enterarse e interesarse en las condiciones en las que estos árbitros se forman y capacitan.
Es evidente que el arbitraje en la Concacaf es muy deficiente, sobre todo cuando se tiene que seleccionar a representantes que no son de las dos ligas más desarrolladas, como la Liga Mx o la MLS. Como no se puede poner a trabajar a un silbante de la misma nacionalidad de los dos equipos que protagonizan un partido, la baraja se acorta. O le toca al equipo mexicano un árbitro estadunidense o alguno de la zona centroamericana o caribeña.
¿No será momento en que se aplique una estrategia diferente para mejorar el arbitraje de la zona? Más allá de cursos, quizá valdría la pena invitar o a integrar a los mejores prospectos de estas dos zonas a arbitrar juegos de las ligas mexicana y estadunidense. Si no se camina por este rumbo, o algún otro que supere la simple queja, todo será casi una pantomima.
Es cierto que el arbitraje de Montero fue un desastre y que terminó perjudicando a la selección mexicana al no marcar como penal el clarísimo empujón que terminó con una dura lesión de Hirving Lozano. Pero dicho esto, también los dirigidos por Gerardo Martino deben hacer una autocrítica pública y honesta. Les faltaron recursos que debieron exhibir: concentración, talento para ubicar con calma los puntos flacos de un equipo que no propuso más que defenderse. Oportunidades ante el marco rival tuvieron varias los nuestros, pero se mostraron débiles al momento de meterla.
Rafael Ocampo