Confieso sin rubor mi vínculo absolutamente emocional con el futbol. No lo puedo vivir de otra manera, aunque desempeñe el rol de analista objetivo cuando me pongo a escribir esta columna.
El privilegio de estar presente en la ceremonia de entrega del Balón de Oro cada año, del que formo parte al ser integrante del Consejo Editorial de la Liga Mx (de forma absolutamente honoraria, es decir, sin gratificación alguna), me permite vivir momentos muy emotivos a los que me sería imposible acceder si no desempeñara esta actividad, que entre otras cosas nos lleva a votar (junto a otros diez colegas) cada semana a los mejores de cada jornada.
La noche del sábado me llené de vivencias de este tipo al estar junto a los familiares de los jugadores del Atlas en la misma área del teatro del centro de Los Ángeles en el que se entregaron los premios. Las esposas, las hijitas e hijitos, las madres, los padres, los tíos de estos personajes a los que idolatramos y vilipendiamos al consumir el espectáculo deporte que completa tantas veces nuestra identidad.
Y yo me dejé llevar de forma absoluta por la emoción de estas familias… La esposa y los dos pequeños hijos de Aldo Rocha, el mejor contención del año… sus lágrimas de felicidad, su orgullo, sus sonrisas cuando fue premiado… Las lágrimas de la esposa del central Hugo Nervo, cargando a un bebé en brazos y a su pequeña hija sentada al lado, al ser designado el mejor defensa central… O las de la familia de Camilo Vargas, el mejor portero y el mejor jugador del último año… Agradeciendo de forma especial en su discurso a su tío, también presente en el teatro…
Y así todos los nominados y premiados… Constatar de forma tan directa y convivir, aunque sea en el lapso de tres horas con esta parte sustancial de la vida de nuestros héroes deportivos fue algo realmente reconfortante.
Especial mención, mañana me amplío, a la decisión de premiar a las mujeres de la Liga femenil en esta ceremonia.
Rafael Ocampo