El debate en torno al llamado de naturalizados a la Selección Mexicana de Futbol se ha vuelto circular y estrecho, además de sumamente conservador. Siguen dominando la escena pública las voces que consideran improcedente la convocatoria de estos jugadores con el simple argumento de que no nacieron en México, cuando la Constitución de nuestro país define de forma más amplia a la persona que debe y puede ser llamado mexicano.
El debate en este tema debería de ser absolutamente futbolístico. Para todos los potencialmente sujetos a una convocatoria. No nada más para los naturalizados. Pero este análisis no se registra. O si algunos lo intentan, queda relegado.
¿Debe de ser llamado a la Selección Nacional Mexicana que se prepara para encarar el Mundial del 2026, por ejemplo, el portero Tiago Volpi? ¿Su desempeño es mejor que los cancerberos habitualmente llamados, empezando por el veterano Guillermo Ochoa? ¿Le hace falta al plantel que dirige Jaime Lozano un jugador de las características del nacido en Brasil, pero con tantos y tan buenos años en la Liga Mx?
El otro llamado al que se le han dedicado análisis y debates en las últimas semanas es al del originalmente colombiano Julián Quiñones. El delantero ahora del América no termina aún sus trámites legales para ser considerado oficialmente mexicano, pero ya se le pidió acuda cuatro días a entrenar con la Selección. Lo que significa que pronto será convocado para jugar un duelo formal.
¿Es Quiñones mejor que cualquier otro delantero con posibilidades y méritos para ser llamado? Habrá que verlo en acción.
Lo que no se puede, ni debe, es negarle a ambos (y a cualquier otro mexicano naturalizado), el derecho a ser llamados, a demostrar su capacidad y a ganarse el derecho de representar en competiciones oficiales al futbol de su país.
No proceden los “nacionalismos” absurdos, ni ilegales.