Nadie trabaja de forma real para que el entrenador en turno de la Selección Mexicana de Futbol tenga condiciones reales que le permitan construir un proyecto exitoso. Nadie en los hechos. Sí, en el discurso, donde cualquiera puede decir lo que se le venga en gana.
¿Qué necesita por encima de todas las cosas un director técnico? Jugadores de calidad y, además, en gran nivel competitivo. Futbolistas que realmente puedan marcar diferencias.
Luego vienen el compromiso, el modelo técnico y táctico, los entrenamientos bien dirigidos, el buen rollo en el vestidor.
Pero si no se puede contar con futbolistas de calidad nada de lo otro sirve.
El camino inevitable para conseguir esto es exportando jugadores a Ligas más competitivas, donde puedan crecer en todos los sentidos. Esta es una verdad incuestionable.
No existe, pese a la obviedad y generosidad del planteamiento, un proyecto que de forma intencionada y programada se proponga exportar el talento que se descubre y forma en las nutridas canteras de los clubes que componen la Liga Mx.
Todo lo contrario, hay una clara estrategia encabezada por los equipos poderosos económicamente de traer de regreso a los pocos futbolistas nacionales que juegan en España, Italia, Países Bajos e Inglaterra. Ahí está el caso del Tecatito Corona con el Monterrey, la más notable de esas repatriaciones.
No digo que sea sencillo establecer un proyecto colectivo de este tipo. Pero ese es precisamente el reto para quienes han llegado a manejar el futbol profesional mexicano. Es el momento de asumir retos que luzcan realmente atractivos e inéditos. Muchos directivos pueden gestionar los objetivos de siempre, sobre todo los ligados a esta reducida visión de hacer que la selección mexicana de futbol se convierta en una máquina ostentosa de facturar dólares.
La insatisfacción colectiva, que se convierte en amargura y desesperanza, es porque la selección nacional no gana los partidos que todos queremos que gane.
