Leer historias, poemas o ensayos es una de las actividades más placenteras y enriquecedoras en la formación de los seres humanos.
La lectura de libros de literatura nos proporciona fruición, sí, tanto porque satisface nuestra ancestral inclinación a escuchar relatos, cuanto por estar enunciados éstos en el lenguaje que hablamos todos los días, pero refinado en sus recursos, soluciones y posibilidades. Leer literatura nos muestra qué alto nivel de expresividad y precisión puede alcanzar nuestro idioma para describir lo que observamos y sentimos.
Una seducción semejante se obtiene de leer una secuencia de ideas alrededor de un tema; aquí el placer no se detiene en la lectura: trasciende la frontera del lenguaje impreso para escalar nuestra imaginación crítica y confrontarnos con nuestras propias ideas y conceptos, que hasta entonces estaban cómodamente instalados en nuestro actuar.
El contacto constante con ideas y reacciones emocionales ajenas, trae consigo un ensanchamiento de nuestro pensar y sentir. Al mismo tiempo, nos familiariza con situaciones de la vida cotidiana semejantes a las circunstancias de los libros, de ahí que podamos intervenir con cierta experiencia en tales situaciones de la realidad.
Ese acercamiento a la condición humana puede volvernos más tolerantes ante quien piensa distinto a nosotros. Digo que es una posibilidad, porque no quiero hacer pensar que solo leer nos hace mejores seres humanos; quien lee por hábito tampoco es superior moralmente, pues, como todos los hábitos, ejercer el de la lectura es principalmente una satisfacción individual, antes que una cualidad social.
Y depende mucho de lo que leamos. Hay quienes prefieren las historias de amor y desamor, tanto como los que prefieren asomarse a las insondables fantasías de la ciencia ficción; están también los que solo leen libros moralistas o bien quienes prefieren el teatro social; hay tantas preferencias como opciones de lectura impresas en libros, revistas y periódicos, como circulantes en el mundo digital; lecturas hay de más de 700 páginas impresas sobre la historia de la armada romana, como microcuentos de dos líneas.
Detrás de esa amplia variedad, está el lector, la lectora, el ser que descodifica esa armazón de signos, significados y evocaciones, y que en el silencio de su lectura se alegra, se acongoja y a veces sufre la pérdida. Esa extraña y a veces indefinibles sed de querer leer más es lo que define el hábito de la lectura, que cada vez más deberíamos adoptar, por las razones antes señaladas.