El 9 de junio de 1992, el extinto suplemento cultural “Mapa de Piratas”, inserto en el periódico El Sol de Toluca, publicó una entrevista colectiva con el gran poeta mexicano David Huerta (1949), una de las voces centrales de la poesía en español, y quien el próximo sábado 30 de noviembre recibirá el Premio FIL de Literatura en Lenguas Romances en el marco de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, galardón que corona sin duda una trayectoria ejemplar en el campo de la poesía mexicana, en particular, pues David Huerta es, hoy por hoy, el poeta mayor de su generación.
Esa entrevista fue hecha con un grupo de escritores y poetas del país que asistieron al Segundo Seminario de Literatura Mexicana, organizado por el INBAL y el Instituto Michoacano de Cultura en la ciudad de Morelia, a fines de noviembre de 1991. Participaron Silvia Palma (quien preparó la entrevista para el suplemento), Manuel Vázquez, Josefina María Cendejas, Petronilo Amaya, José Luis Urdaibay y quien esto escribe, todos alrededor de la obra del poeta nacido en Ciudad de México, quien impartió para ese seminario el tema “El lenguaje de la literatura”.
En aquella ocasión le pregunté al poeta cómo se inscribía su obra en la tradición poética actual en México. Su respuesta retrata muy bien el sentido general de su obra poética, una obra que deslumbra y, al mismo tiempo, nos reconcilia con el misterio de la poesía de nuestro tiempo:
―No lo sé. No sé cómo se inscribe nada de lo que hago, menos todavía en lo que tengo más cerca, incluso. La tradición poética mexicana para es un organismo en movimiento; entonces inscribir una obra en este organismo en movimiento es un poco difícil, más difícil aún si uno quiere hacerlo deliberadamente. Es decir, no me propuse inscribir en esa tradición lo que hago… Pasará a formar parte –si tengo suerte de que me incluyan en las antologías, alguna vez– de ella. Cuando me preguntan qué soy contesto: “Soy un poeta mexicano de la segunda mitad del siglo XX”, con eso quiero decir muchas cosas, todo eso está grávido de implicaciones.
“No tengo la menor idea… yo realmente quisiera que lo que yo hago estuviera bien acompañado de otras cosas, sin las cuales lo primero no tiene sentido: poemas de Alberto Blanco; cuadros de Gabriel Macotela, Miguel Castro Leñero y Gustavo Aceves; coreografías de Marco Antonio Silva; películas de Nicolás Echevarría, todo eso le da sentido a mi trabajo. Hablando estrictamente de literatura, puedo responder, de momento: el lugar ideal para inscribir mi obra sería el lugar de la contigüidad con otras obras, pues sin éstas aquélla tendría un sentido muy limitado. Ya vimos cómo la contigüidad literaria a veces es una verdadera monserga, porque la contigüidad o el parecido entre la escritura de González de León y López Velarde ha favorecido a uno y ha demeritado al otro, al punto de hacerlo casi olvidar. Eso no está bien, me gustaría que fuéramos todos acompañados; todo lo sabemos entre todos, y todo lo escribimos entre todos, también.”