El tema de la desigualdad de género en el trabajo puede tornarse abstracto y subjetivo, y, aunque existen leyes que la describen, es necesaria más empatía sobre la importancia de conocerlo.
Y no, no hablo solo de los estereotipos, si no de la desigualdad estructural que venimos arrastrando desde siglos atrás y que impiden a las mujeres desarrollar su máximo potencial en los trabajos formales.
Los horarios laborales están diseñados para personas que solo realizan una jornada y, en el caso de las mujeres, tenemos dobles o triples, porque nos encontramos bajo circunstancias dispares como: cuidar infancias, familiares en enfermedad o personas mayores, además de las diferentes actividades domésticas.
Con base a esto, me gustaría mencionar la alternativa de ser emprendedoras, ya que ésta otorga la opción de generar ingresos económicos, además de la facilidad de ajustar horarios, sin la necesidad de cumplir con jornadas laborales establecidas.
No se trata de tener más tiempo libre, incluso, incrementan las responsabilidades.
Es importante considerar que emprender requiere de mucho esfuerzo, puesto que es poner en práctica la creatividad, considerando todas las contingencias que puedan ocurrir, como fue en su momento la pandemia.
También hay que contemplar otras dificultades: organización del tiempo, la competencia en el mercado, restricciones para invertir o acceder a un crédito, la necesidad de aprender a administrar los ingresos y más.
Estos y otros factores pueden incitar a desistir del camino del emprendimiento; sin embargo, es satisfactorio el poder llevarlo a cabo: cuando como mujer logras desarrollar tus ideas, alcanzar “el éxito” en tu emprendimiento y las personas consumen tus productos.
Ninguna de las dos opciones, trabajo formal o emprender, es sencilla.
Por tal motivo, es importante hacer conciencia que para las mujeres es más difícil obtener un ingreso económico, de modo que la sociedad y familias deben entender y tener mayor empatía a la hora de repartir los ingresos y tareas del hogar.