El Papa Juan Pablo II en la encíclica “Reconciliatio et paenitentia” enseñaba que el pecado social se encuentra cuando el entramado de las relaciones dentro de una comunidad se torna injusto.
El sometimiento abusivo de los seres humanos, las leyes que no respetan la vida desde su concepción hasta su término natural, los sistemas económicos de cualquier signo que favorecen la injusticia, las costumbres contrarias a la dignidad de la mujer, de los menores, de los indígenas, de los pobres, etc. son algunos ejemplos de pecados sociales.
Esas leyes, costumbres o pautas de conducta son estructuras de pecado que se convierten en agresiones directas contra el prójimo. El pecado social implica un modo de relacionarse dentro del conjunto de la sociedad que no es conforme con la dignidad humana.
Al institucionalizarse funciona como sustento de más acciones indebidas, favoreciendo e, incluso, induciendo a las personas a cometerlas. No obstante, estas estructuras de pecado son producto de muchos pecados personales, pues no existe la responsabilidad impersonal, anónima e indeterminada. Como lo indica Juan Pablo II, una institución, una estructura, una sociedad, no es de suyo sujeto de actos morales, sino que los actos son responsabilidad de las personas como tales.
En el catolicismo, el perdón de los pecados personales cometidos después del bautismo se encuentra en el sacramento de la reconciliación, naturalmente a condición de que exista el arrepentimiento, el propósito de enmendarse y de reparar los daños, en cuanto sea posible. Pero ¿Existe un remedio para los pecados sociales? Se puede decir que sí, pero siempre apeado a la conciencia de las personas, a unas para que defiendan su dignidad y a otras para que cambien su conducta.
Si bien los ricos y poderosos tienen más oportunidad para perpetrar pecados sociales, la comisión de ellos se da en muchos niveles de la sociedad. Hasta un trabajador, o incluso un desempleado, pueden cometer injusticias que incidan en el sostenimiento de estructuras de pecado. Puede ser que los “ciudadanos de a pie” mantengamos en parte las estructuras de corrupción con nuestros pequeños actos corruptos.
El tiempo pascual, en que nos encontramos estos en el calendario católico, nos puede ayudar a recordar que también el pecado social ha sido derrotado por Cristo y que podemos contribuir, derrotándolo en nosotros y en nuestro ambiente para una mejor convivencia entre los seres humanos.
Pedro Funes