En 1969 se publicó por primera vez, en polaco, el libro “Persona y acción” de Karol Wojtyla, futuro san Juan Pablo II, que después fue publicado en español en 1982 por la Biblioteca de Autores Cristianos. En esta obra Karol Wojtyla desarrolla las principales líneas de su pensamiento sobre la persona y la experiencia moral, que ya había tocado en una obra anterior, “Max Scheler y la ética cristiana”. Ahonda en su concepción antropológica y parte de la acción para descubrir mejor a la persona, basándose en que la acción manifiesta la persona y se podrá descubrir su carácter trascendente.
El libro proporciona diversos apoyos para el planteamiento ético o moral. Toca temas como el de la experiencia del hombre, el de la conciencia y la eficacia (que la entiende como la eficacia de la persona en cuanto sujeto de actos propiamente humanos), naturalmente el de la persona y su trascendencia, la libertad y otros más de este ámbito.
Sin embargo; a mí me llamó la atención que en la cuarta parte del libro aborda el tema de la participación. En efecto, con esto abre una perspectiva ética, o moral, desde la cual iluminará el problema del individualismo y el totalitarismo, que él llama anti-individualismo, para después esbozar algunos puntos importantes acerca del bien común, aunque aclara que éste debería ser objeto de un estudio propio.
Sobre la participación, parte del hecho de que el hombre actúa junto con otros hombres y trata de precisar la relación de esta actuar con el valor personalista de la acción. Para ello se tiene que dar relevancia a la naturaleza social del hombre, con lo que llega a mostrar la participación como el rasgo característico del actuar junto con otros.
Para él la participación determina el valor personalista de la cooperación y es así que afirma: “En este punto de nuestro análisis nos encontramos con dos sistemas (…) Uno se llama individualismo; el otro tiene distintos nombres, y recientemente ha recibido la denominación de totalitarismo objetivo, aunque se le podría llamar, igualmente, anti-individualismo (…) El individualismo ve en el individuo el bien supremo y fundamental, al que se deben subordinar todos los intereses de la comunidad o sociedad, mientras que el totalitarismo objetivo se basa en el principio contrario, y subordina incondicionalmente el individuo a la comunidad o sociedad.
El problema -en ambos casos- es que está ausente la convicción de que ser persona significa ser capaz de lograr la participación, ya que señala que, en efecto, la comunidad humana se relaciona estrechamente con la experiencia de la participación, pues ella es un factor constructivo de toda comunidad humana.
Pedro Miguel Funes Díaz