Cultura

Filosofía y biología: nuestro lugar en el planeta

Sentado junto a la chimenea en completa soledad, una noche de octubre de 1786, un Jefferson enamorado escribió una carta dirigida a María Cosway, una mujer casada. Necesitaba ocultar lo que quería decir decir y lo hizo a través de un supuesto diálogo entre “la cabeza” y “el corazón”. Sospecho que este hombre sabía bien que la historia de la filosofía occidental había sido un escenario en el cual la diosa razón había enseñado a los doctos filósofos a desconfiar de las pasiones durante miles de años, porque al final de su carta, el corazón responde a las reprimendas de la cabeza de la siguiente manera:

“Cuando la naturaleza nos asignó la misma habitación, nos dio un imperio dividido. A ti te encomendó el campo de la ciencia; a mí, el de la moral. Cuando hay que cuadrar el círculo o trazar la órbita de un cometa; cuando se va a investigar cuál es el arco de mayor fuerza o el sólido de menor resistencia, entonces abordas tú el problema; te pertenece; la naturaleza no me ha dado conocimiento alguno al respecto. De la misma manera, al haberte negado a ti los sentimientos de simpatía, de benevolencia, de gratitud, de justicia, de amor, de amistad, te ha negado todo control sobre estos. Les ha adaptado, por el contrario, el mecanismo del corazón. La moral era esencial para la felicidad del hombre, demasiado como para arriesgarla a las combinaciones inciertas de la cabeza. En consecuencia ha puesto los cimientos en el sentir, no en la ciencia”.

Esta dualidad entre la factultad de razonar y la de sentir, anidó en la filosofía desde el pensamiento de Platón: Fedón o de la psique es el diálogo que más radicalmente escinde ambas esferas. Nietzsche se opuso a la idea de la superioridad de la razón, como lo hicieron Hume, Freud o Heidegger.

Gracias a los estudios de neurociencias, hoy podemos aceptar que el problema estaba mal planteado: las capacidades racionales y las capacidades emocionales pueden desvincularse a raíz de diversas enfermedades, pero normalmente van de la mano. En el ámbito del pensamiento, concretamente en la filosofía de la biología, los estudios que van desde Charles Darwin hasta Frans de Waal, fundamentan también los nuevos hallazgos de las neurociencias. El anatema es que esa línea atraviesa los estudios de Edward O. Wilson, quien ha sido tachado de fachista y hoy esa acusación la esgrimen quienes ni siquiera lo han leído con el cuidado necesario. Lo que realmente hizo Wilson fue insistir en que la filosofía moral tiene su base en los sentimientos morales que anidan en los centros emotivos del cerebro: por eso el estudio de la ética tendría que incluir la biología, como ciencia que es de la naturaleza.

Tanto la etología como la neurociencia demandan una nueva lectura de Wilson: que haga a un lado las acusaciones muchas veces infundadas contra él. El hecho de que sus ideas hayan sido tomadas por otros para simplificarlas, no es nada nuevo; lo mismo ocurrió con las ideas de Nietzsche, entre muchos otros pensadores. Si algo podemos concluir es que a partir de Darwin, la biología y la filosofía, como bien lo señaló Potter, pueden ir de la mano; y esa, y no otra cosa, es la Bioética: la unión de la biología y la filosofía para comprender al ser humano y su lugar en el planeta.

Paulina Rivero


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Paulina Rivero Weber
  • Paulina Rivero Weber
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  • Es licenciada, maestra y doctora en Filosofía por la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Sus líneas de investigación se centran en temas de Ética y Bioética, en particular en los pensamientos de los griegos antiguos, así como de Spinoza, Nietzsche, Heidegger.
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de Notivox DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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