Estamos tan acostumbrados a la concepción que tenemos de los animales, que no nos damos cuenta de lo absurda que es. Todo aquello que se mueve y no es humano, desde la hormiga hasta el elefante, lo envolvemos en uno solo concepto y lo llamamos “animal”. Con eso cometemos muchos errores. Primero, olvidamos que “animal” viene de ánima, aquello que está animado y tiene ánimo, y ánima, de donde viene nuestra palabra “alma”. Segundo: olvidamos que todos los seres animados, somos animales; Aristóteles nos definió como animales racionales e hizo bien.
Esa errónea concepción de los animales nos hace sentirnos “no animales”, únicos y superiores al resto; nos hace olvidar que somos animales y ahí radica el origen de la devastación actual del planeta. ¿Cómo? Al no ver a los animales, seres tan maravillosos como nosotros, no los hemos respetado ni hemos cuidado sus hábitats: los hemos tratado como cosas a nuestro servicio, cosas para divertirnos o para lo que sea, y ¿sus hábitats naturales? Pues al no respetar al animal, tampoco hemos tenido necesidad de respetar su casa: hemos devastado por igual tierra, aire y océanos, entrampando sus caminos con redes, con muros que entorpecen sus migraciones y hemos envenenando su aire, su agua, su tierra.
Hubo un momento en la historia del homo sapiens en que éste representaba 4 por ciento de la biomasa mundial; el 96 por ciento restante, era una biodiversidad inimaginable hoy, pues actualmente esa proporción se ha invertido: el ser humano y lo destinado a su consumo es el 96 por ciento de la biomasa, y la biodiversidad la hemos reducido al 4 por ciento (para comprender a fondo esto les recomiendo la lectura del macrohistoriador Yuval Noah Harari).
Por eso urge dar el primer paso: respetar la vida animal. Y nadie va a lograrlo si se continúan aceptando legalmente espectáculos en los que, para divertirse, es necesario torturar a un animal.
El mensaje que la tauromaquia transmite es el peor de todos y es el que nos ha llevado a destruir el planeta: la vida no humana no tiene valor y puedes destruirla no digamos por comer, por pura diversión. ¿Queremos transmitir ese mensaje? Digamos NO a la tauromaquia: enseñemos amor por la vida y no indiferencia ante ella.
Una y mil veces: NO A LA TAUROMAQUIA.