No todo son canciones bravías en la obra de José Alfredo Jiménez. Los valses lo acompañaron como un bálsamo refrescante y alentador, mitigando las rasgaduras de sus pasiones. No es que dichos valses se alejen de su temática, sigue cantándole al amor y a su contrario; pero la forma melódica edulcora el sufrimiento trae el recuerdo de una manera más sutil y, al dulcificarlo, amortigua los latidos de su frágil corazón.
“Una noche de julio recordando tu amor, sin poder evitarlo me dolió el corazón…”.
Algunos se preguntarán: ¿por qué nuestros compositores incorporaron el vals entre sus géneros? Resulta curioso saber que el vals, según algunos estudiosos, es la base rítmica de la canción ranchera. El afrancesamiento del Porfiriato trajo a nuestro país un ambiente europeo que permeó las conductas de la “alta sociedad mexicana” durante varias décadas y dejó huella en la mayoría de las expresiones artísticas. El vals, aunque de herencia austro-germánica, fue el ritmo que se escuchó y se bailó en todos los salones de la aristocracia y la burguesía de la época. Viene de la palabra alemana Walzen, que significa girar, pero su origen se encuentra en el Tirol campesino y se remonta al siglo XII; etapa que para Octavio Paz marca el nacimiento de Europa. Su popularidad, en cambio, surgió cerca del 1780 en Viena, difundiéndose con rapidez hacía los demás países del continente y del mundo.
“…Conocí la amargura de estar lejos de ti y a la luz de la luna mi traición comprendí…”.
Hace apenas unos días, leyendo una entrevista realizada a Pablo Sáinz en MILENIO, encontré una reflexión sobre el concepto de popularidad en la música que me parece un argumento espléndido para entender el fenómeno, cito: “Cuando algo se convierte en popular trasciende el ecosistema de la música clásica para devenir patrimonio social de un país, es ahí donde en cierta manera se hace más universal, para mí cualquier tipo de popularización de la música clásica es un éxito del compositor que supo cómo conectar con las más fundamentales emociones humanas”. Siento que esta idea explica la penetración de la obra de mi padre. Aunque de cierto modo, el proceso fue a la inversa. De un tiempo a la fecha, sus canciones atravesaron la barrera de lo clásico y a José Alfredo se le escucha en las salas de concierto de manera orquestal o en las voces de grandes tenores como Plácido Domingo, Diego Flores y Javier Camarena, entre otros.
“…Y soñé con volver a ser tu gran amor, tu gran cariño, pero cómo vas a querer al que en ese ayer te tiró al olvido…”.
“Una noche de julio” no goza de la gloria que otorga la popularidad, no obstante, es un ejemplo que me permite hablar del género del vals que, en sus inicios, fue eminentemente campirano. Por su alegría y su cadencia escaló para ser apreciado por las monarquías del siglo XVIII. Se cuenta que en las bodas reales los novios elegían una pieza de vals para bailar por primera vez como esposos; la costumbre no tardó en difundirse y ser adoptada en el mundo en casi todos los estratos sociales. Ya alguna vez relaté que mi padre escribió el vals “Dame un poco de ti” para bailar conmigo el día de mis 15 años.
“…Esa noche de julio no lo puedo negar: recordando tus besos acabé por llorar…”.
Llorar es también para el bardo poetizar, tomar la pluma y verter su alma sobre el papel. No en vano el romántico Goethe incluye una cita en Las penas del joven Werther, según la narración de Pilar Queralt del Hierro en su artículo “El vals y el escándalo del ‘baile agarrado’”, para National Geographic: “Cuando llegamos al vals comenzamos a dar vueltas unos a los otros, como si fuéramos esferas […] Jamás he bailado con mayor ligereza y facilidad. Era yo algo más que hombre. Tener en mis brazos aquella amable criatura, volar con ella como una exhalación, perder de vista todo lo que me rodeaba…”.
Hacia 1833 las salas de baile comenzaron a proliferar, hecho que permitió la difusión del género valsístico. Sin embargo, los conservadores tacharon de inmoral la danza al ver cómo se entrelazaban las parejas; incluso prohibieron a las mujeres solteras valsear. Ya sabemos lo que eso significa, el tango, el rock and roll y otros ritmos también han sido censurados como inmorales en tiempos modernos. A pesar de aquellos señalamientos, Querart afirma que: “La danza se impuso como rey absoluto de los salones”. Nosotros al recorrer, física o digitalmente, las salas de los museos europeos, admirando los diversos cuadros que nos remiten a los salones de baile, podemos constatar la veracidad de dicha afirmación. Querart agrega: “Al son de su música cortesanos y soldados bailan, ciudad y campo dan vueltas…”. En estos tiempos, Joaquín Sabina proclama una fresca metáfora en su vals “Jugar por jugar”: “…y vivir al revés que soñar es bailar con los pies”.
Quizás El Danubio azul, de Johann Strauss hijo, es la pieza más emblemática del género y tal vez sirvió de inspiración al guanajuatense Juventino Rosas para escribir “Sobre las olas”, y este a su vez, a los compositores de canciones rancheras. José Alfredo dentro de su repertorio tiene, al menos, 12 valses. Enlisto algunos por si desean escucharlos: “Amor del alma”, “El camino de la noche”, “Corazón, corazón”, “Cuando los años pasen”, “Dame un poco de ti”, “Paloma Querida”, “Esta noche”.
Paloma Jiménez Gálvez*
*Doctora en Letras Hispánicas