La muñeca que inspiró a José Alfredo. Archivo Paloma Jiménez
En pleno centro de Los Ángeles, California, en la calle de Broadway, inauguraron en 1918 uno de los primeros teatros monumentales de la época con el estreno de la película El hombre silencioso. Debe haber sido un evento de gran esplendor, pues se acompañaban de orquestas de más de 20 músicos. Es en verdad importante destacar que el recinto está lleno de magia, su estilo ecléctico con fachada churrigueresca fue diseñada por el escultor de origen español Domingo Mora. En la página de internet: megustalosangeles.com se puede leer: “[…]incluye cabezas de bisonte, cráneos de buey de cuerno largo, figuras alegóricas que representan las artes, e incluso chicas encaramadas en salientes que rasguean instrumentos de cuerda mientras sus piernas cuelgan sobre la calle…”.
Por otra parte, sus interiores fueron decorados con escenas del cuento El rey del río dorado, del escritor inglés John Ruskin. Les platico estos detalles porque el Million Dollar fue durante muchos años el escenario donde actuaron grandes artistas de origen latino. Yo lo recuerdo un poco en sueños. Fue el empresario Frank Fouce quien a partir de los años 50 fundó una compañía para difundir y presentar espectáculos con artistas de habla hispana.
Mi padre acostumbraba acudir a Los Ángeles una o dos veces al año. Siempre alternaba con otros artistas del mismo género musical, con el Mariachi Vargas o con algún grupo jarocho o norteño, con el fin de mostrar la variedad del folclor de nuestro país. A José Alfredo le gustaba aprovechar aquellas giras para llevarnos de vacaciones, conocer distintas ciudades de California y visitar Disneyland. El trato era muy sencillo, nos asignaba una cantidad a mi hermano y a mí, otra más importante a mi mamá y entre los tres pagábamos todos los gastos de la familia. Era una forma de hacernos responsables, de administrar bien el dinero, de hacernos ver que los billetes verdes tenían más valor que nuestros pesos y de aprender a compartir lo que se nos daba. Un requisito fundamental para participar en el viaje era haber obtenido buenas calificaciones; nunca nos exigió excelencia, pero sí compromiso. Yo me perdí de dos paseos durante la secundaria porque las matemáticas no eran lo mío.
A mediados de la década de los 60 hizo una temporada a la que no pudo llevarnos porque no coincidió con nuestras vacaciones. En esa ocasión se presentaban también Licha y Efraín, matrimonio que había formado un dueto de estilo veracruzano. Llevaban un par de semanas trabajando juntos, así que, para despedirse, eligieron un restaurante muy animado. Sin embargo, mi padre notó a Licha ausente y triste. Le preguntó si se sentía mal y ella se apresuró a contestar que no, que ya estaba un poco cansada y que extrañaba mucho a Rosenda, su hija. Entonces, de un bolso, que había dejado sobre el piso, sacó una linda muñeca negra. Dijo: “Le acabo de comprar esta hermosa muñequita. En México no podría encontrarla”. Fue José Alfredo quien se fue quedando pensativo y ausente. A él ya no le daría tiempo de ir a conseguirme algún juguete.
“Muñequita negra, duérmete conmigo, duérmete en mis brazos que tanto te quieren porque son tu abrigo. Muñequita negra del color del mío, vete acurrucando hasta que se vaya de tu cuerpo el frío”.
Rosenda y yo somos casi de la misma edad, de niñas coincidimos varias veces con los grupos de amigos; de grandes, nos hemos vuelto a ver gracias a la amistad que ambas tenemos con Ruby Reinoso, la hija de David, otro de los queridos amigos de mis padres. Una noche de verbena en Garibaldi, en el Tenampa, me enseñó la muñequita negra que inspiró a mi padre la canción, comentó: “Yo tengo la muñeca, tú tienes su poema”.
“Cierra tus ojitos, calla tu boquita y acurrucadita, como ya te dije, duérmete feliz. Olvida que el mundo va a ser cruel contigo y piensa que nunca que nunca en la vida tendrás que sufrir…”.
Es verdad que yo tengo el poema, también es verdad que mi padre acostumbraba cantarme ese arrullo con mucho cariño, pero yo no conocía la historia completa hasta aquel día que Rosenda me mostró la muñequita. La vida la vamos hilvanando a base de recuerdos, símbolos, imágenes… a veces también, cuando nuestros seres queridos migran hacia otras dimensiones, tenemos la necesidad de ir rellenando huecos que quedaron inconclusos, son como mensajes del otro lado de la vida que nos permiten seguir en contacto. Entonces, cuando aparece alguna preocupación traigo a mi mente y a mi corazón esas palabras:
“Como un angelito sueña con las cosas que a ti más te gustan; como un angelito sueña con las cosas bonitas de Dios. Muñequita negra...”.
Paloma Jiménez Gálvez*
*Doctora en Letras Hispánicas