A mediados de mes, Transparencia Internacional publicó su informe anual sobre el Índice de Percepción de la Corrupción. Si bien es cierto, su pestilente estela se percibe a lo largo y ancho del mundo, en 2024, México ocupó el lugar 140 de 180. Para entender mejor esta posición echaré mano del recurso barato de la comparación: compartimos el mismo lugar de Irak, Madagascar, Nigeria, Uganda y Guatemala.
Tengo claro que a muchos entusiastas del régimen, lo que diga o deje de decir Transparencia Internacional les tiene sin cuidado, porque la consideran un engrane más de la maquinaria neoliberal. Lo cierto es que semejante desdén no nulifica el hecho de que por la vía de la corrupción se drene poco más del 10 por ciento del PIB del país.
Traigo a cuento este tema porque la negativa de muchos morenistas y neomorenistas a aprobar en fa la ley contra el nepotismo, enviada por Claudia Sheinbaum al Congreso, explica, por un lado, el peso de las taras morales que aquejan a nuestra patética “clase política” y, por otro, la complejísima tarea que deberá enfrentar la mandataria, si de veras quiere extirpar de raíz la corrupción que carcome el quehacer de sus colegas y adversarios. Me explico.
Si no mal recuerdo, el término nepotismo se acuñó en la primera mitad de la Edad Media, para hacer referencia a la práctica de políticos, clérigos y gente con cierto poder para beneficiar mediante la asignación de algún cargo o responsabilidad a algún familiar o amigo cercano, sin importar si éste tiene la capacidad y conocimientos para llevar a cabo la tarea encomendada.
Sin embargo, el nepotismo, como práctica, data del siglo VI a.C., fecha en que Pisístrato comenzó su tiránica carrera política desde el bando de los diákrioi o hyperákrioi, es decir, la gente humilde. Se mantuvo al frente del gobierno de la antigua Grecia durante tres periodos apoyándose en un nutrido grupo de familiares y amigos íntimos. Tras más de 20 años de gobierno, le sucedieron dos de sus hijos.
Si en verdad Sheinbaum quiere poner un hasta aquí a las tropelías del clan de los Monreal, Salgado, López, Moreira, Yunes y demás denominaciones, sabe perfectamente que debe ordenar y mover para que la ley llegue al destino que ella desea. La extradición a los Estados Unidos de 29 peligrosos narcotraficantes es una muestra clara de que cuando se quiere, se puede. Ahora solo falta que quiera.