Hoy los departamentos críticos de un hospital, como la Unidad de Terapia Intensiva, ya no son lo mismo que eran antes de la pandemia, han cambiado en varios sentidos.
La movilidad de los pacientes entre los demás departamentos y terapia intensiva, se ha reducido de manera considerable; sobre todo desde los departamentos de cirugía; aun prevalece el temor de estar internado en un hospital, y los pacientes programados para una cirugía mayor de corazón, cerebro o pulmón, prefieren no operarse por el momento.
Pero también el estado de ánimo del personal de las áreas críticas se encuentra mermado; las personas están exhaustas, luego de 18 meses de estar lidiando con enfermos graves y potencialmente contagiosos.
Sin olvidar que, lo que les dio la “puntilla” anímicamente, fue el observar la frialdad con la que fueron desplazados e ignorados a la hora de ser vacunados.
Esto tiene un efecto adverso, quizás inconsciente, en el personal sanitario, que recae en los enfermos; qué quiero decir:
El personal muestra apatía e indiferencia en la atención del paciente COVID (que nada tiene que ver con las políticas de vacunación); pero por momentos se preguntan ¿Vale la pena el riesgo?
Hoy los departamentos de Urgencias y Terapia intensiva o unidades COVID, son áreas frías y desoladas, casi como una zona de desastre; el personal cumple con su labor y obligación, en ocasiones lo hace con pasión y dedicación, en otras, cuando el ánimo cae, lo hace, sí, pero con cierta indiferencia.
Estas son reacciones humanas naturales ante un estrés prolongado; en general el personal médico, nunca recibió de manera sistemática un entrenamiento psicológico para enfrentar esta situación; de ahí que no es poco frecuente encontrarse colegas y enfermeras en las calles y pasillos de los nosocomios, que ya no quieren saber más de hospitales!
